
Una vez más caminando por los callejones de mi memoria, vienen a mí, evocaciones de mi vida, sentimientos, nostalgias…Cada vez se vuelve más complicado vivir. Cuando niños, todo era más fácil, con todos los sinsabores, cuidados, restricciones, aun así, aquellos momentos fueron más manejables. Claro está que con lo que he aprendido estos últimos años, me he dado cuenta que la vida se la complica uno mismo buscando por cada rincón involucrarse en enredadas situaciones que lo único que consiguen es atarlo a un mundo prestado.
Hoy solo quiero hablar de sentimientos, sentimientos que tuve, que tengo, que quizá podré tener. Cuando estábamos todos en casa, la sensación de seguridad y tranquilidad me impedía ver que había un mundo afuera, al cual yo tendría que enfrentarme algún día, nunca siquiera lo pensé, tampoco pensé en consecuencias, jamás entendí razones que no fueran las mías propias. Nos dicen que para ser unas personas de bien debemos prepararnos para ello, me pregunto yo ¿quién te puede preparar? ¿Quién está preparado? Pensamos en nuestros padres, pobres padres, (me incluyo en esta labor) pobres aquellos seres indefensos y vulnerables que pretenden criar a los hijos a su imagen y semejanza, quitando algunos detalles de la suya propia, añadiendo otros, queriendo siempre que actúen de manera razonable y adulta tengan sus hijos la edad que tangan. En la actualidad fácilmente comprendo la sensación de seguridad que siente mi niña al ir de mi mano por estas inseguras calles de la ciudad, no se imagina ¡como me hace falta! asirme a la mano de mi propio destino.
Tiempo atrás no consideramos el esfuerzo de nuestros padres por darnos una vida mejor en todo sentido y lo único que hacemos es revelarnos a sus órdenes y a sus orientaciones. Ya vendrá su momento solían decir, y es que a todos nos llega el momento, el momento de entender lo inentendible, el momento de encontrar respuestas tardías a nuestras innumerables preguntas sobre la vida. Los caminos que elegimos para orientar nuestros destinos no siempre son lo que soñamos, mucho menos los que soñaron nuestros padres para nosotros, sin embargo son las rutas que una vez tomadas no tienen camino de regreso, no se puede desandar lo andado, ni tan siquiera para recoger nuestros pasos.