Piedra Laja- Genoy Nariño

sábado, 27 de febrero de 2010

DULCES Y MAS DULCES

DULCES Y MAS DULCES
Cómo es de grato, tener memoria gustativa y olfativa, éstas resultan ser más poderosas que todas las demás, guardo en mi paladar el sabor de esas navidades, cálidas llenas de gente, de comida y gracias a mi papá todo en abundancia, hasta abundancia de hijos, éramos nueve hermanos, todos con gustos y temperamentos muy diferentes, aliados de dos en dos y de tres, dependiendo de las edades y la clase de pilatunas por hacer, de todas formas en esas temporadas había una mayor complicidad entre todos, por aquello del espíritu navideño, hechizo que se deshacía al finalizar carnavales. Pero déjenme contarles cómo era ese mes; teníamos en el comedor un mueble de alacena de pared a pared el que se llenaba de colores dulces. En recipientes de cristal, un conjunto de exquisitos aromas se confundían y envolvían el ambiente en un arcoíris de olores y sabores que invitaban a pasar el dedo para darle una “probadita” sin tener que recurrir al plato y a la “cucharilla”. Las mujeres participábamos de la elaboración, las mayores al mando en el fogón y las menores pelando, despulpando y probando de tanto en tanto. El dulce que más me gustaba era el de tomate, su sabor entre dulzón y ácido me provocaba la misma sensación que nos da el ver escurrir un limón, (a que se les hizo agua la boca no?), para que no se queden con las ganas les explicaré como se hace. Se compran tomates de árbol (del común); como el sabor de la cascara es amargo, es necesario ponerlos en agua caliente hasta que su cáscara reviente, se los retira del fuego y se los pela, teniendo cuidado de no cortarle la colita del fruto, aparte, se hace un almíbar con azúcar y clavo de olor y se pone a calar el tomate; se retira del fuego cuando el sabor del almíbar se haya fusionado con la acidez del tomate y se torne un poco espeso, pruébenlo…es delicioso. A esta preparación la acompañaban los dulces de guayaba, chilacuán ( o papayuela), de mora, de leche, de leche cortada, de brevas, de papaya (era el que menos me hacía gracia) entre otros. Mi papá, que gustaba caminar con las manos atrás, pasaba por el comedor y cual gato relamiéndose los bigotes, miraba con satisfacción el poder proporcionarnos tales manjares. Llegada la hora del almuerzo, el jefe del hogar presidía la enorme mesa, su puesto era diferente, tenía brazos, era una especie de trono, a un lado mi mami y distribuidos a los lados todos nosotros, había un puesto reservado para el hermano mayor, que era el otro extremo de la mesa, era como un derecho, si alguien atinaba a sentarse en ese lugar, sin mediar palabra, había que retirarse a la llegada del rango superior.
Un gran vaso de champus con mucho mote, piña y lulo servía de entrada al plato fuerte, teníamos cucharitas especiales de mango largo para poder alcanzar hasta el último rincón del vaso, y al terminar, un plato con “toooodos” los dulces cerraba con broche de oro el almuerzo, nadie podía retirarse de la mesa hasta que el último terminara, en tanto eso sucedía y mientras los grandes hablaban de la oferta y la demanda, la economía, la política y los vecinos; mi hermana menor y yo jugábamos debajo de la mesa (hecho que según cuentan mis hermanos, también lo hacían cuando niños), molestándoles los pies a todos; hasta que un gran golpe en la cabeza contra la mesa, nos anunció que ya estábamos grandes para andar en esos juegos de niñas……

sábado, 20 de febrero de 2010

FRESAS A LA RENIXCO

FRESAS A LA RENIXCO
Hoy, quiero acompañar mi relato con una deliciosa y calentita aromática de fresa, o si lo prefieren llamar a la preparación té de fresa, una de mis frutas preferidas, una vez que lo preparen, se sientan conmigo a leer lo que tengo que contarles; los ingredientes son sencillos: fresas, canela, clavo de olor, azúcar, agua y si desean un poquito de vino dulce. Se dice que la fresa (y la frambuesa) son de las pocas frutas que se pueden comer en las noches por aquello que las frutas para el organismo son, en la mañana oro, a medio día plata y en la noche, lata. Bueno, manos a la obra. Toman una porción de las fresas, las lavan (con abundante agua y un poco de bicarbonato, este ayuda a la desinfección de la fruta) le quitan las hojitas y la parten en rodajas pequeñas, las llevan al fuego con el vino, azúcar, clavo de olor y canela (los que no toman vino pueden agregar cualquier licor, es para realzar el sabor de la fruta, al final la porción de alcohol se reduce y evapora), deben estar pendientes porque cuando hierve puede rebosar el recipiente, en ese momento se reduce el fuego hasta que se convierta en un delicioso y aromático melado, (ojo! Que no necesitamos que se caramelice). Hecho este paso, reservamos y tomamos la otra porción de fresas, la licuamos con suficiente agua, cernimos y llevamos al fuego, no es necesario hervir demasiado. Preparemos la taza que nos va a acompañar en esta tarde, vertemos el agua de fresas calentita y la endulzamos con el melado que preparamos, así, nos queda una sencilla y nueva forma de degustar un té con trocitos de fruta dulce. Al calor de la preparación, vienen a mi memoria los sabores y aromas de los dulces en navidad, cómo eran de emocionantes las vísperas de estas fechas, mi papá mandaba a comprar toda clase de frutas frescas al mercado para los dulces y el maíz para el champus, todo se movilizaba en la casa, porque también se llevaba gallinas, que las amarraban al madero del molino del patio de la casa, al que yo no sé por qué razón llamábamos huerto, si era de cemento y nunca se sembró nada. De las gallinas nos encargábamos mi hermana menor y yo, y terminábamos encariñándonos con las benditas, liberándolas de su yugo y haciéndoles cama para que su corto peregrinar por estas tierras sea menos doloroso. Pero el final era el mismo, no éramos lo suficientemente valientes para presenciar el sacrificio, pero estábamos prestas al desplume, era todo como un ritual. Las empleadas se encargaban de literalmente “torcerles en cuello” a las desventuradas y con mis hermanos en medio de una gran cocina que adornaba nuestra casa paterna, cogíamos palco alrededor de un “platón” (plateado) en el que se ponían las gallinitas dando su última exhalación, era en ese momento cuando del fogón dos ollas de agua hirviendo bañaban el plumaje de las sacrificadas aves y se continuaba pluma a pluma hasta quedar “in-pudorosamente” peladas. Seguíamos minuciosamente todo el proceso y casi nos daba la medianoche. Cuando terminaba, todos abrazábamos la cobija que nos había servido de abrigo en la dura faena y subíamos a las habitaciones, bostezando y pensando en el rico pollo que nos esperaba al otro día. Lo de los dulces se los cuento en otra oportunidad, porque con tanta comida ya me dio hambrecita a ustedes no?

martes, 16 de febrero de 2010

MI AMADA CIUDAD DE PASTO

MI AMADA CIUDAD DE PASTO


Antes de continuar con la historia de mi vida, quiero hacer un paréntesis para contarles otro cuento, que espero me ayuden a complementar, cada uno de ustedes con sus propias experiencias y recuerdos que alimenten éste, por así llamarlo, homenaje a mi ciudad…
Hace algunos días una amiga de la infancia me envió un correo con unas fabulosas estampas de lugares hermosos de Bogotá comparándolos con los mejores sitios de Francia, Londres, Tokio y muchos más, llenos de luces y colores que hacen que tu alocada compañera llamada mente vuele en las alas de la imaginación y salte entre los colores y los paisajes de nuestra capital.



Pero mi espíritu provinciano, aquel que me ha permitido disfrutar cada día en mi pequeña pero amada ciudad de Pasto, logró una vez más que los recuerdos de cosas, personas y lugares tomaran un nuevo significado, con más colorido y mas calidez por lo que cada una de ellas representan, son los momentos sencillos de la vida los que dan el verdadero sentido a nuestro caminar como , el calor de nuestra gente, los hermosos paisajes, la calma de un domingo en las calles, los chupones del Juanito (hoy, labor heredada por su hijo Jaime, debido a quebrantos de salud del padre), el merengón del parque infantil, los cuyes de la 40, los mercados de ojo al centro comercial valle de Atríz y Sebastian, el hornado de Bomboná, los conciertos del banco de la República, las bellísimas melodías del Maestro Pazos en la sala de Música, el teatro Aleph, la aromática de frutas y hojitas de hierbabuena en la catedral, el tieeeeeempooooooo y espectadoooooooorrr los domingos en la mañana, el grupo celeste con su música de planchar, el volcán galeras, el rico frio que lte obliga a querer estar abrigadito entre dos, las allullas del obrero y las Américas, mi familia, mi hermosa y gran familia y todos mis amigos; todas estas cosas y muchísimas más, hacen que yo prefiera a Pasto por encima de cualquiera otra ciudad...Como verán, hay muchas otras cosas que se me escapan, las que espero en sus comentarios me ayuden a recordar….

domingo, 7 de febrero de 2010

Y DE LA MUSICA QUÉ!!!
Retomando mi relato, entré a estudiar, recuerdo que me compraron una gabardina hermosa con muchos bolsillos y gran cinturon, completando el ajuar de un invierno Londinense, una sombrilla rosada, ambas cosas eran más grandes que yo, sin embargo orgullosa y ansiosa como estaba, llegué al colegio y en medio de todos los niños, en la fila me sentí sola, y tan miedosa, que llorando corrí a los brazos de mi mami por supuesto, no quería quedarme, fue entonces que una "bellisima" profesora, de la cual aun tengo el rostro grabado en mi mente, me arrebato de los brazos de mi mamá y me tranquilizó, pero no me dejó en mi puesto, me tuvo en sus brazos todo el tiempo para que no llorara más; se llamaba Ana Lucia, estuvo dos días más conmigo y después ya nunca la volví a ver, creo que salió del colegio, o quizá fue un ángel que me acompañó hasta que me calmara. Al contrario de ella, mi directora de grupo era una maestra terrible, se llamaba Josefina y me castigaba mucho, de muy “malas pulgas” con todos, le temíamos más que al “mismísimo coco”, cuando la veía, me antojaba a las brujas de los cuentos que tanto disfrutaba leer, tenía uñas largas y afiladas, y al igual que la señorita Ana Lucía, su rostro, sus uñas y sus reglazos me acompañan hasta ahora en mis recuerdos. Debí ser muy inquieta para que ella se ensañara con mis pequeñas manitos
Pero no todo fue malo, pasé momentos muy bonitos también, sobre todo con la música, me llevaban a cantar a todo acto del colegio tanto de primaria como de bachillerato, amenizaba cuanto evento se daba en el colegio, me acompañaba siempre con su guitarra un dulce profesor, un hombre alto de rostro bondadoso vistiendo siempre un traje gris, nunca supe si era el mismo traje o es que tenía muchos trajes grises. El público grande o pequeño nunca fue un problema, creo que me acostumbré al público porque desde muy niña mi papá me llevaba a las reuniones de los clubes sociales a los que él pertenecía y yo hacía las delicias de los asociados y sus familias, el Maestro Jorge Villamil tenía en mí, a una de las mayores intérpretes de su tema “Los Guaduales”, que en ese entonces ya lo entonaba como se cantan los vallenatos de hoy en día “con sentimiento compadre” tal era la destreza infantil que podía combinar fácilmente la guabina (de los guaduales) y terminar cual cosaco bailando kasachok con inclinada y alzada de pierna. Al bailar, la sangre campesina ucraniana y rusa (me imagino que de algunos seres de mis vidas pasadas) se apoderaba de mi menudo cuerpo y entre aplausos y vivas, al terminar, corría sonriente a sentarme en las piernas de mi papá muy satisfecha por la labor cumplida. Bellos momentos vividos en un hogar muy hermoso, compartíamos mucho en familia aunque no les miento que cierto temor a mi papá hizo que mi espíritu aventurero se aplacara un poco. Mi padre, un hombre maravillosamente estricto, y cariñoso, implacable en sus castigos y decisiones, honesto, caballero, elegante, de una inteligencia superior a la normal, de ahí mi gran reto por no poder llenar sus expectativas de superación, él decía que con mi inteligencia yo no podía ser solo la mejor, sino la mejor entre las mejores. A veces pienso que lo decepcioné, siempre fuí buena en lo que hice, pero creo que nunca pude ser lo que él quería de mi, pese a ello siempre sentí su gran amor a mi lado. No he vuelto a conocer a un hombre como él. ¡Cómo lo extraño! Nunca fue ni mi amigo, ni mi confidente, ni tan siquiera mi hombre de confianza, pero fue un excelente padre, certero en sus conceptos y opiniones. Hoy por hoy, reconozco que los castigos de otrora, sus regaños, sus consejos y sermones, me formaron con un gran carácter, capaz de sobrevivirme y sobrevivir a la actual educación y formación de mi adorada hija…..