Piedra Laja- Genoy Nariño

domingo, 25 de septiembre de 2011

VOLVER A LA NIÑEZ...

Anoche, antes de dormir escuchaba la algarabía que unos niños hacían en la calle al jugar, sus voces, sus gritos y sus risas fueron el arrullo que hizo que cambiara una noche fría y un tanto sosa como si de una máquina del tiempo se tratara, a aquellos juegos que fueron testigos y cómplices de nuestra niñez.




La ventaja de ser una familia numerosa es que nunca estábamos solos, siempre rodeados de amigos propios y ajenos, en casa siempre había gente, amigos de mis hermanos, de mis hermanas y míos. Todo un conjunto de personas acompañaba nuestras tardes: unos bailaban al ritmo de temas y canciones de moda, otro grupo jugaba ping-pong y las pequeñas aprovechábamos para también hacer una que otra travesura en el patio de atrás de la casa (el huerto). Aprovechando que “la María” iba a lavar, nos pasábamos por entre las sábanas blancas colgadas persiguiéndonos unos a otros y la María con su paso ya lento por la edad, con toalla mojada en mano queriendo darnos alcance para que no arruinemos el esfuerzo de su labor, todo eso era en vano porque la pobre viejita de cabellera cana y trenzada no sabía que formaba parte del juego al perseguirnos, hasta que nuestras malévolas risas nos delataban y hacían que venga una de nuestras hermanas a llamarnos la atención para que dejemos trabajar en paz a la buena señora.




Pero el lavadero lleno de agua era una tentación muy grande para dejarla sin aprovechar, decidimos entonces trasladar nuestro juego; estiradas hasta la punta del dedo gordo del pie y arremangadas las mangas del saco (por demás negras) ayudábamos a lavar, fue tanto el esfuerzo de mi hermanita por alcanzar el agua que de cabeza se hundió en la “poceta”, solo con mis gritos y mi llanto, vinieron mis hermanos al rescate y de una ala la levantaron la escurrieron y después del consabido regaño dirigido a mí especialmente pues se decía que yo era quien inducía a mi hermana a hacer daños y diabluras, nos cambiaban de ropa y nos recomendaban buscar juegos menos peligrosos. Quiero aclarar en esta parte que no siempre era yo, pero como bien dicen “coge fama…”




Ya secas y ataviadas con nuevos trajes buscábamos qué hacer, con tal suerte que por el camino se me cruzaron unos tubos de ensayo que debieron ser de mis hermanos mayores; metidas debajo de la mesa de planchar a guisa de laboratorio, cubiertas por todos los flancos, cual Elkin Patarroyo tomamos una vela en remplazo de un mechero de bunsen y calentamos agua en los tubos para hacer nuestro propio café, acurrucadas como delincuentes dábamos sorbos con tal deleite que ni el mismo Juan Valdez podría degustar tal exquisitez. Nuevamente la ropa se ensuciaba porque las velas dejaban negra la cola de los tubos, y no teníamos más remedio que limpiarlas con las mangas del saco (o con el trapo de planchar) antes de ser nuevamente descubiertas y castigadas.

Así como aquella, pasábamos tardes enteras jugando, riendo y a veces llorando sin necesidad de computadores, celulares o televisores que buscaran distraer nuestra imaginación. Creo que la falta de esos artefactos en mi vida en su momento y su posterior aparición hace que hoy y a través de ellos pueda contarles más de una historia en las que mi nombre y travesura eran sinónimos…