Piedra Laja- Genoy Nariño

domingo, 15 de mayo de 2011

AMOR DEL BUENO





En este mes que aún no terminamos de festejar a las madres, me vienen ciertas reminiscencias de mi vocación de madre…

Viendo lo bello que fue vivir en una familia de muchos…muchos hijos… (9), siempre fue mi deseo, que al casarme tendría siquiera unos cinco hijos, en el peor de los casos, reduciría su número a tres. Pero no dejaría que mi hogar se constituyera únicamente con tres miembros; en el “obnubilamiento” y enamoramiento de la luna de miel, mi deseo hasta entonces era compartido. Esperamos sin embargo tres años, con el fin de buscar mejores condiciones de vida a nivel económico y laboral, para hacer de la espera de mi hija, el ambiente propicio para su llegada al mundo.

A toda mi familia le encantó la noticia de mi estado, fue la espera mas amorosa que he tenido en todos los años que ya tengo, la felicidad fue mi compañera durante todo el tiempo, viví mi embarazo llena de mimos, sin ningún tipo de complicaciones, con antojos de cuanto se pasaba por mis ojos, mecatos callejeros, frutas y dulces; todo cuanto deseara estaba a mi vera. Aborrecí la carne y los olores fuertes.




Desde que supe que sería madre, intuí que sería una niña, siempre la deseé, sin embargo a partir de ese momento mi sueño de tener muchos hijos, cambió totalmente, mi perspectiva de una familia numerosa se vio afectada por una serie de temores que se albergaron en mi espíritu y mi cuerpo. Mi ánimo temerario cambio de la noche al día, dejé a un lado muchas de las actividades que hasta el momento habían sido prioritarias, entre otras cosas dejé de conducir, preferí vivir con la seguridad de que me llevasen y me trajesen a todas partes.

Como siempre fui muy delgada y pequeña, resultaba un poco graciosa mi figura, aunque todos tenían palabras dulces para mí, no me convencían con sus halagos, de tal manera que procuré evitar ser fotografiada. Mi hermana menor hacia bromas conmigo y decía que lo que yo tenía en la barriga era una “alverja”, de ese modo el primer apelativo de mi bebé fue precisamente ese…todos desde entonces me preguntaban por “la alverja”.




Toda mi familia y mis amigos muy obsequiosos, dotaron a mi “alverja” de todo lo necesario previa su llegada, coche, cuna, mantas, ropa, caminador, comedor, tina, juguetes, peluches y un hermoso moisés blanco (cuna) que serviría para la recién nacida, que mi hermana mayor decoró con sus mágicas habilidades manuales. No conocía una niña tan amada y tan esperada desde el momento de su concepción como mi bebé.

El día anterior al parto, (programado) dejé todos mis asuntos laborales resueltos, además de tomar la firme resolución de renunciar a los trabajos que hasta entonces desempeñaba para dedicarme en cuerpo y alma a la crianza de mi hija.




Llegado el tan ansiado día a las 8 y 15 de la mañana un 10 de Agosto hace catorce años nació mi hija y fue como si me cayera el mismo Dios del cielo. Lo que sentí no lo puedo describir con palabra mortal alguna, es un amor que supera los límites de cualquier racionalidad, este amor envuelto de miedo por lo que se avecina, amor y miedo a su frio, amor y miedo a su calor, amor y miedo a toda su vida…

Mi Catalina, llegó a este mundo a enseñarme a ser madre, a enseñarme el amor incondicional, a ser cuidadosa y temerosa. Con mi nueva condición de madre comprendí que aquel asunto de ser padres, es más que una simple labor, es sentimiento, es vida, es olor, color y sabor, todo en tu vida a partir de entonces adquiere un nuevo significado porque estas dividida en dos y resultas amando mas esa pequeña división de ti que a ti misma.



Con ese gran sentimiento que llenó mi vida a partir de entonces, cambié por completo aquella idea de años atrás en los que soñaba con ver revolotear a más de un hijo a mis pies sin considerar que cada hijo que vendría sería una nueva división de mi ser, de la que en realidad en mi fragilidad sentimental no podría hacerme cargo.