miércoles, 28 de diciembre de 2011
AUNQUE YA PINTEMOS CANAS...
En las postrimerías del 2011, me apetece volver a caminar sobre mis recuerdos, recuerdos que hoy forman parte de mi realidad, porque aquellas cosas que vivimos, forjaron nuestro carácter, nuestra forma de ver y vivir la vida…
Este 24 de diciembre pasado, una llamada de mi hermana menor, desde lejanas tierras, llenó mi corazón de diversos sentimientos, por demás contradictorios, la alegría de saber que su corazón está siempre junto a su familia y la nostalgia de saberla físicamente lejos de lo que fueron nuestras costumbres y tradiciones. No se si con el paso del tiempo cada diciembre va perdiendo un poco de lo que fue, o quizá el año también envejezca y en lugar de arrugas y canas, pierda en su lugar calor e intensidad.
Cuando vivíamos en familia y aún estaban entre nosotros mi padre y mi hermana, las navidades eran esperadas con mayor anhelo, no solo por los regalos. Aquí quiero hacer un paréntesis para contarles una pequeña anécdota muy de casa…resulta que cuando mi hermana y yo estábamos a punto de hacer la primera comunión, el curita de la parroquia nos advertía que lo importante de ese momento era recibir a Jesús en nuestro corazón, sin embargo, con confesión a bordo y todo lo que conlleva cargar con esta culpa durante tantos años, nuestro mayor interés eran la fiesta y los regalos. Por esta razón mi hermana haciendo gala de su “terrible ortografía” y para encontrar complicidad y acallar un poco su conciencia, preguntaba a quienes se preparaban en el cursillo y en especial a mi, “¿Tu por qué haces la primera Comunión por RE (regalos) o por G”? (léase Jesús).
Recordé éste hecho al mencionar que nuestra espera durante todo el año a que llegasen las navidades no solo era por RE, pero debo confesarles que tampoco era por G, nuestra mayor alegría era encontrarnos todos los hermanos, en una sola algarabía, en un hablar todos al tiempo y entendernos todo y a todos, en sarcasmos y juegos de palabras que solo leyendo entre líneas nos permitían reír a carcajadas, burlando el dolor, las penas y todos aquellos sinsabores que durante el año nos acongojaron. Esos momentos al calor del hogar, eran un oasis cargado del frescor del amor, el cariño y la alegría de nuestra hermosa familia.
Para los de casa, Stella y yo siempre fuimos las niñas de papá, pará mi padre, no había nieto ni nieta por pequeño y tierno que fuese, que ocupara el sitio de las niñas de su corazón, por lo tanto aún después de muchos años, quienes nos encargábamos de repartir los regalos apostados en el árbol éramos indiscutiblemente mi hermana y yo…Del niño Dios para Leonel, del niño Dios para Nena, del Niño Dios para Oscar, del niño Dios para Muñeca, del Niño Dios para Lula, del Niño Dios para Jaime, del Niño Dios para Totty, del Niño Dios para Ana Julia, del Niño Dios para Stella. Un gran aplauso y besos de agradecimiento a quienes hacían las veces de mensajeros de tan generoso Niño acompañaban la entrega de los obsequios; se le sumaba siempre una bolsa llena de dulces y galletas para todos los asistentes.
Terminada tan agradable labor, (porque no hay mas agradable labor que poder dar), en una gran mesa nos esperaba un delicioso lomo al horno que solo su olor ya alimentaba, con una exquisita salsa de ciruelas que mi mami prepara con gran arte culinario (y todos en casa también), ensalada de frutas (que a mi papá le encantaba) y un potaje de papas y crema de leche entre otras deleites acompañaban un primoroso plato navideño.
Nuestras navidades no eran ni más ni menos que un resumen del amor que durante el año habíamos vivido, una recapitulación de momentos que la vida nos regaló, un inventario de lo que fuimos y no fuimos. En definitiva… un bello episodio más en “Mi vida y otros Cuentos”
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