viernes, 12 de noviembre de 2010
QUE DOLOR..QUE DOLOR...QUE PENA
Y hablando de tantas aventuras por mi vida, les hare ciertas confesiones que por ser eso, confesiones, me cubren un tanto de vergüenza y sólo al compartirlas con ustedes puedo liberar en cierta forma, aquellas sensaciones que oprimen mi alma con recuerdos penosos.
En la adolescencia tuve una serie de pretendientes, los cuales por razones que ya hemos comentado en anteriores relatos no eran del agrado de mi papá, entre otras cosas porque él, no permitía que anden rondando por nuestras vidas “novios” que no fueran oficiales, por lo tanto ningún “mechudo” mal trajeado (que eran los que a mí me gustaban) podría pasar del antejardín de la casa; sin embargo y con todas las prohibiciones del caso, me di mis mañas para empezar con mi vida amorosa desde los 16 años. En ese entonces la adolescencia no se vivía a tan temprana edad como lo es ahora, que desde los 12 ya están nuestros hijos con los “síndromes” pre-adolescentes que nos ponen de cabeza a mas de una madre desconsolada por no saber a “¿a quién? saldrían sus hijitos si nosotros a su edad éramos un “dechado de virtudes”.
Con un grupo de amigas, decidimos hacer una fiesta para divertirnos un poco, ganar algo de dinero y ¿por qué no? Pillar al hombre de nuestros sueños. Había un chico que me gustaba mucho, era el capitán del equipo de baloncesto en el Colegio Champagnat de mi ciudad y por supuesto jefe del grupo de su barrio o “gallada” como se les llamaba. Ciertamente el “candelilla” (así se le conocía en el barrio) fue el primero en mi lista de invitados y con él un séquito de muchachos que lo acompañaban.
La rumba fue todo un éxito, en realidad no sé si a nivel económico nos fue rentable, no lo recuerdo y eso que mí responsabilidad correspondía al turno de las ventas, pero eso no era relevante a la hora de sopesar la conquista que había logrado. El mencionado personaje no bailó con nadie en la fiesta, solo se dedicó a acompañarme en mis ventas y a solidarizarse conmigo en la labor y sacrificio de no bailar para cuidar las rentas del grupo. El caso es, que después de aquella fiesta, el primer amor llegó a mi vida, (el gato, mi novio de fechas pasadas no cuenta, porque no pasó de ser flor de un día). Fue una época muy linda, me gustaba sentir como se morían de celos algunas conocidas del barrio cuando pasábamos de la mano con el personaje en cuestión. Yo vestida con su chaqueta del equipo que nadaba en mi cuerpo pero que orgullosamente lucía haciendo gala de mi buen ojo para pillar novio.
Todo esto duró algunos buenos meses, me visitaba casi todas las noches, que linda pareja hacíamos, el orgullo del barrio, hasta que…aquí es donde empieza mi confesión a la que hacía referencia al inicio de esta narración. Me invitaron a otra fiesta cerca a la casa, pero mi adorado novio no se acercó en dos días a visitarme y a asegurar la asistencia al “evento”, así que hiriendo su machismo fui a la tal fiesta con mis amigas. Al parecer le informaron de mi presencia en la rumba aquella y llegó con todos sus amigos, con tan mala suerte mía, que me sorprendió bailando un vallenato con un muchacho desconocido para él, en aquel entonces los vallenatos se consideraban una especie de bolero por lo tanto se tenía que bailar muy “románticamente” hecho que desde ningún punto de vista le gustó a mi novio, máxime cuando lo había puesto en evidencia con su grupo. Me costó cara la hazaña, me tomó del brazo sin aún terminar la pieza de baile y me sacó de la fiesta muy diplomáticamente y dio por terminada nuestra relación, de nada valieron mis explicaciones a cerca de mi inocencia, las pruebas me condenaban, aunque del fulano con el que bailé no sabía ni conocía nada, y de hecho nunca más lo volví a ver. Con el corazón destrozado llegue a casa con el mal sabor de no saber qué había hecho mal. Tarde entendí que los chicos de esa edad dan mucho valor a su orgullo de “machos ofendidos” y que yo lo había avergonzado delante de todos aquellos que lo consideraban su héroe.
En venganza, aun cuando no tenía a qué venir al barrio, pues para ese entonces ya no era bienvenido, llegó a una novena “bailable” con una novia norteña la que por supuesto a ninguna de las mujeres del barrio nos gustó; completando su proeza, bailó un vallenato con ella. Después, muy tomados de la mano salieron del barrio y no volví a saber en mucho tiempo de sus vidas.
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