Piedra Laja- Genoy Nariño

miércoles, 28 de diciembre de 2011

AUNQUE YA PINTEMOS CANAS...


En las postrimerías del 2011, me apetece volver a caminar sobre mis recuerdos, recuerdos que hoy forman parte de mi realidad, porque aquellas cosas que vivimos, forjaron nuestro carácter, nuestra forma de ver y vivir la vida…

Este 24 de diciembre pasado, una llamada de mi hermana menor, desde lejanas tierras, llenó mi corazón de diversos sentimientos, por demás contradictorios, la alegría de saber que su corazón está siempre junto a su familia y la nostalgia de saberla físicamente lejos de lo que fueron nuestras costumbres y tradiciones. No se si con el paso del tiempo cada diciembre va perdiendo un poco de lo que fue, o quizá el año también envejezca y en lugar de arrugas y canas, pierda en su lugar calor e intensidad.





Cuando vivíamos en familia y aún estaban entre nosotros mi padre y mi hermana, las navidades eran esperadas con mayor anhelo, no solo por los regalos. Aquí quiero hacer un paréntesis para contarles una pequeña anécdota muy de casa…resulta que cuando mi hermana y yo estábamos a punto de hacer la primera comunión, el curita de la parroquia nos advertía que lo importante de ese momento era recibir a Jesús en nuestro corazón, sin embargo, con confesión a bordo y todo lo que conlleva cargar con esta culpa durante tantos años, nuestro mayor interés eran la fiesta y los regalos. Por esta razón mi hermana haciendo gala de su “terrible ortografía” y para encontrar complicidad y acallar un poco su conciencia, preguntaba a quienes se preparaban en el cursillo y en especial a mi, “¿Tu por qué haces la primera Comunión por RE (regalos) o por G”? (léase Jesús).



Recordé éste hecho al mencionar que nuestra espera durante todo el año a que llegasen las navidades no solo era por RE, pero debo confesarles que tampoco era por G, nuestra mayor alegría era encontrarnos todos los hermanos, en una sola algarabía, en un hablar todos al tiempo y entendernos todo y a todos, en sarcasmos y juegos de palabras que solo leyendo entre líneas nos permitían reír a carcajadas, burlando el dolor, las penas y todos aquellos sinsabores que durante el año nos acongojaron. Esos momentos al calor del hogar, eran un oasis cargado del frescor del amor, el cariño y la alegría de nuestra hermosa familia.



Para los de casa, Stella y yo siempre fuimos las niñas de papá, pará mi padre, no había nieto ni nieta por pequeño y tierno que fuese, que ocupara el sitio de las niñas de su corazón, por lo tanto aún después de muchos años, quienes nos encargábamos de repartir los regalos apostados en el árbol éramos indiscutiblemente mi hermana y yo…Del niño Dios para Leonel, del niño Dios para Nena, del Niño Dios para Oscar, del niño Dios para Muñeca, del Niño Dios para Lula, del Niño Dios para Jaime, del Niño Dios para Totty, del Niño Dios para Ana Julia, del Niño Dios para Stella. Un gran aplauso y besos de agradecimiento a quienes hacían las veces de mensajeros de tan generoso Niño acompañaban la entrega de los obsequios; se le sumaba siempre una bolsa llena de dulces y galletas para todos los asistentes.





Terminada tan agradable labor, (porque no hay mas agradable labor que poder dar), en una gran mesa nos esperaba un delicioso lomo al horno que solo su olor ya alimentaba, con una exquisita salsa de ciruelas que mi mami prepara con gran arte culinario (y todos en casa también), ensalada de frutas (que a mi papá le encantaba) y un potaje de papas y crema de leche entre otras deleites acompañaban un primoroso plato navideño.

Nuestras navidades no eran ni más ni menos que un resumen del amor que durante el año habíamos vivido, una recapitulación de momentos que la vida nos regaló, un inventario de lo que fuimos y no fuimos. En definitiva… un bello episodio más en “Mi vida y otros Cuentos”

domingo, 25 de septiembre de 2011

VOLVER A LA NIÑEZ...

Anoche, antes de dormir escuchaba la algarabía que unos niños hacían en la calle al jugar, sus voces, sus gritos y sus risas fueron el arrullo que hizo que cambiara una noche fría y un tanto sosa como si de una máquina del tiempo se tratara, a aquellos juegos que fueron testigos y cómplices de nuestra niñez.




La ventaja de ser una familia numerosa es que nunca estábamos solos, siempre rodeados de amigos propios y ajenos, en casa siempre había gente, amigos de mis hermanos, de mis hermanas y míos. Todo un conjunto de personas acompañaba nuestras tardes: unos bailaban al ritmo de temas y canciones de moda, otro grupo jugaba ping-pong y las pequeñas aprovechábamos para también hacer una que otra travesura en el patio de atrás de la casa (el huerto). Aprovechando que “la María” iba a lavar, nos pasábamos por entre las sábanas blancas colgadas persiguiéndonos unos a otros y la María con su paso ya lento por la edad, con toalla mojada en mano queriendo darnos alcance para que no arruinemos el esfuerzo de su labor, todo eso era en vano porque la pobre viejita de cabellera cana y trenzada no sabía que formaba parte del juego al perseguirnos, hasta que nuestras malévolas risas nos delataban y hacían que venga una de nuestras hermanas a llamarnos la atención para que dejemos trabajar en paz a la buena señora.




Pero el lavadero lleno de agua era una tentación muy grande para dejarla sin aprovechar, decidimos entonces trasladar nuestro juego; estiradas hasta la punta del dedo gordo del pie y arremangadas las mangas del saco (por demás negras) ayudábamos a lavar, fue tanto el esfuerzo de mi hermanita por alcanzar el agua que de cabeza se hundió en la “poceta”, solo con mis gritos y mi llanto, vinieron mis hermanos al rescate y de una ala la levantaron la escurrieron y después del consabido regaño dirigido a mí especialmente pues se decía que yo era quien inducía a mi hermana a hacer daños y diabluras, nos cambiaban de ropa y nos recomendaban buscar juegos menos peligrosos. Quiero aclarar en esta parte que no siempre era yo, pero como bien dicen “coge fama…”




Ya secas y ataviadas con nuevos trajes buscábamos qué hacer, con tal suerte que por el camino se me cruzaron unos tubos de ensayo que debieron ser de mis hermanos mayores; metidas debajo de la mesa de planchar a guisa de laboratorio, cubiertas por todos los flancos, cual Elkin Patarroyo tomamos una vela en remplazo de un mechero de bunsen y calentamos agua en los tubos para hacer nuestro propio café, acurrucadas como delincuentes dábamos sorbos con tal deleite que ni el mismo Juan Valdez podría degustar tal exquisitez. Nuevamente la ropa se ensuciaba porque las velas dejaban negra la cola de los tubos, y no teníamos más remedio que limpiarlas con las mangas del saco (o con el trapo de planchar) antes de ser nuevamente descubiertas y castigadas.

Así como aquella, pasábamos tardes enteras jugando, riendo y a veces llorando sin necesidad de computadores, celulares o televisores que buscaran distraer nuestra imaginación. Creo que la falta de esos artefactos en mi vida en su momento y su posterior aparición hace que hoy y a través de ellos pueda contarles más de una historia en las que mi nombre y travesura eran sinónimos…

domingo, 28 de agosto de 2011

DOLOR DE AUSENCIA

El mes de agosto me deja un sabor extraño en el alma, confluyen en mí, una serie de sentimientos encontrados que no sabría en realidad como definirlos, por un lado está el recuerdo y la vivencia más hermosa que resultó ser la natalidad de mi hija y a la vez el dejo amargo a dolor y pérdida de mi hermana mayor, hasta ese entonces, ningún dolor era equiparable a la ausencia de Nena en mi vida. Como ya he narrado en otros relatos, mis hermanos se convirtieron en un regalo del creador en compensación a la madre que perdí con solo unos meses de nacida.



Una vez que mi hermana retornó a casa, nuestra familia volvió a nacer, y ahora con dos nuevos sobrinos mimados y consentidos como los que más, mi cuñado no permitía tan siquiera que se les frunciera el ceño, y mi hermana le secundaba en todo. De punta en blanco llevaba a sus “mocosos” a las reuniones de casa y en ese conjunto familiar se fueron criando, ésta vez la tercera generación de nuestra “estirpe”, ahora se sumaba a la algarabía acostumbrada de los hermanos, el alboroto y las risas de mis sobrinos que por fortuna atinaron a poseer la chispa y gracia característica de la familia, se podrán acaso imaginar todos hablando al tiempo (a veces dislates) y todos entendiéndonos; es una particularidad que pocos hallan coherente, sin embargo podemos tildarlo de prácticas para la agilidad mental tan propensa en nuestra familia.



Mi hermana mayor se convirtió en el lazo de unión familiar, era su oficina el lugar donde todos llegábamos a la hora del cafecito en la mañana y en la tarde y su casa el sitio obligado para tomarnos un traguito los fines de semana; muy puestecita nos esperaba y nos ofrecía algún “conchito” de licor que había guardado para la ocasión, ocasión que terminaba en música, baile y canto a las tantas de la madrugada, sus hijos (mis sobrinos) y su esposo, se convirtieron así en grandes anfitriones, compañeros de farra de mi hermana.


De gran belleza física y de alma, supo ganar un gran puesto entre sus amistades, tenía todo tipo de amigas y amigos de todas las edades, una madre para los amigos de sus hijos y una cómplice a la hora de darles gusto a sus “mocosos”. En los barrios de la ciudad que habitó, tan pronto acababa de llegar, encontraba siempre quien le hiciese los mandados además de las vecinas que le obsequiaban con alguna preparación especial.




Muchas de las reuniones a partir de entonces fueron en su casa, las empanadas, la juanesca, las fiestas de disfraces de octubre, todo lo organizaba ella con sus amor y sus manos mágicas que hacían posible la multiplicación de los panes y los peces a la hora de tocar a su puerta sin ser invitados. Pese a no ser de grandes recursos económicos nunca nos faltó un plato de comida cuando de improviso llegábamos a su cocina, nos convencía siempre a quedarnos con su dulces palabras muy de nuestra tierra… “no te vayas…quedáte otro ratico”, y nos acomodaba un plato con delicioso aroma a amor y cebada.


Cuando enfermó, un manto oscuro y triste cayó sobre nuestra familia, si antes con su regreso habíamos renacido, ésta vez, todos morimos un poco, su enfermedad no fue prolongada, pero fueron meses de dolor y angustia que cubrieron nuestras vidas; un cáncer, el mismo que se llevara a mi madre y mis tías esta vez reclamaba la vida de mi hermana, su salud y su vitalidad se fueron minando poco a poco sin poder hacer nada para rescatarla, no hubo quimioterapia ni tratamiento alguno que pudiera devolvernos la sonrisa de mi hermana, a la par que ella enfermaba y moría mi papá y mis otros hermanos fuimos perdiendo nuestras propias vidas…cuando ella partió, fue como si en su viaje se llevara tejido el delgado hilo que unía la vida de nuestra familia con la felicidad, nada ha vuelto a ser igual con su ausencia.




Nuevamente, un 10 de agosto, en el que debía celebrar el cumpleaños de mi hija, estaba llorando y lamentando la muerte de mi hermana Nena. El dolor y la felicidad, la risa y el llanto, la tristeza y la alegría Creo que una vez más (como bien me dijo alguna vez un amigo) concluyo que mi vida está llena de contrastes desde el principio y quizás hasta el fin…

domingo, 24 de julio de 2011

¡! A VOLAR !¡

Al comenzar a soplar los vientos de verano y entradas las vacaciones escolares, en tanto planeaban una salida para no tenernos encerradas en casa haciendo estragos, mi papá nos compró unas hermosas cometas para mi hermanita y para mí, encargando la misión a mi hermano Jaime, de llevarnos muy temprano a probar el vuelo de colores que por aquellas épocas abundaban en el barrio y sus alrededores; lo que mi padre no se enteró es que mi hermano, convenciendo a un par de ingenuas niñas de que una cometa grande era mejor que dos pequeñas, el día anterior, desarmó nuestras coloridas ilusiones e hizo con sus restos una sola, eso sí, más grande, vistosa y con una larga cola que hacía gala de eficiencia y dirección para el vuelo, a nosotros no nos importó en tanto se obedecieran las órdenes de llevarnos a un potrero a elevar la inmensa cometa que mi hermano había fabricado para las chiquillas.



Algunos niños del barrio acompañaban a buscar un descampado cercano en el que los cables y conexiones de la tecnología no enredaran nuestros sueños en su vuelo, es obvio entender que era mi hermano el que hacía elevar la cometa y a nosotros nos embobaba con el envío de papelitos diciendo que eran telegramas para el viento y para el sol, se colocaba un papel en la cuerda y veíamos alborotadas como el bendito telegrama subía y subía hasta llegar a la cima, de todas formas era un gran solaz, corríamos apuradas tras el destino de la cometa, ayudando al viento a soplar para que no cayera.





La emoción de aquella aventura llenaba nuestros corazones de tal forma, que ya no importaba aquel insignificante detalle de tener una sola cometa para todos, además, siempre era divertido poder salir y disfrutar con mi hermano como si fuésemos un amigo más de la partida. En este punto quiero detenerme para contarles otro detalle que quizá antes ninguno de los hermanos lo tuvimos en cuenta, en casa todos teníamos un par para jugar o hasta para pelear y compartir. Mis dos hermanos mayores unían fuerzas para ser los invencibles, le seguían mis dos hermanas mayores, otros dos pares de hermanas y mi hermano en medio, él no tenía pareja, pero éste hecho no fue una limitante para su ingenio. Él quería un hermano para juegos y lo tendría, así que convenció a mi hermana, (la que le seguía en edad) la vistió de niño y la llamó Mario, y así la presentaba en la calle; por aquellas edades con el cabello cubierto por una gorra, y pantalones cortos, la más bella dama bien podía pasar por chiquillo, así fue como mi pobre hermana, de la mano de mi hermano disfrutó por algún tiempo de los placeres de los que gozaban los varones en sus juegos toscos y entretenidos. No recuerdo cuánto tiempo duraría esta farsa, de hecho, son historias que cuentan mis hermanos y que traigo a colación como datos presentes que hoy nos causan gracia a la hora de nuestras “muchas” reuniones familiares.





Cada viento de julio y agosto nos vuelve a reorganizar en familia pero ya no en parejas, ahora nos agrupa en un solo conjunto, un coctel de risas, algarabía a veces llanto y algo de “trascendentalidad” forman un bello cuadro en el que por los fragores del tiempo ya no nos acompañan algunos de sus más representativos miembros, pero a quienes llevamos vivos en el amor y en el recuerdo.

domingo, 15 de mayo de 2011

AMOR DEL BUENO





En este mes que aún no terminamos de festejar a las madres, me vienen ciertas reminiscencias de mi vocación de madre…

Viendo lo bello que fue vivir en una familia de muchos…muchos hijos… (9), siempre fue mi deseo, que al casarme tendría siquiera unos cinco hijos, en el peor de los casos, reduciría su número a tres. Pero no dejaría que mi hogar se constituyera únicamente con tres miembros; en el “obnubilamiento” y enamoramiento de la luna de miel, mi deseo hasta entonces era compartido. Esperamos sin embargo tres años, con el fin de buscar mejores condiciones de vida a nivel económico y laboral, para hacer de la espera de mi hija, el ambiente propicio para su llegada al mundo.

A toda mi familia le encantó la noticia de mi estado, fue la espera mas amorosa que he tenido en todos los años que ya tengo, la felicidad fue mi compañera durante todo el tiempo, viví mi embarazo llena de mimos, sin ningún tipo de complicaciones, con antojos de cuanto se pasaba por mis ojos, mecatos callejeros, frutas y dulces; todo cuanto deseara estaba a mi vera. Aborrecí la carne y los olores fuertes.




Desde que supe que sería madre, intuí que sería una niña, siempre la deseé, sin embargo a partir de ese momento mi sueño de tener muchos hijos, cambió totalmente, mi perspectiva de una familia numerosa se vio afectada por una serie de temores que se albergaron en mi espíritu y mi cuerpo. Mi ánimo temerario cambio de la noche al día, dejé a un lado muchas de las actividades que hasta el momento habían sido prioritarias, entre otras cosas dejé de conducir, preferí vivir con la seguridad de que me llevasen y me trajesen a todas partes.

Como siempre fui muy delgada y pequeña, resultaba un poco graciosa mi figura, aunque todos tenían palabras dulces para mí, no me convencían con sus halagos, de tal manera que procuré evitar ser fotografiada. Mi hermana menor hacia bromas conmigo y decía que lo que yo tenía en la barriga era una “alverja”, de ese modo el primer apelativo de mi bebé fue precisamente ese…todos desde entonces me preguntaban por “la alverja”.




Toda mi familia y mis amigos muy obsequiosos, dotaron a mi “alverja” de todo lo necesario previa su llegada, coche, cuna, mantas, ropa, caminador, comedor, tina, juguetes, peluches y un hermoso moisés blanco (cuna) que serviría para la recién nacida, que mi hermana mayor decoró con sus mágicas habilidades manuales. No conocía una niña tan amada y tan esperada desde el momento de su concepción como mi bebé.

El día anterior al parto, (programado) dejé todos mis asuntos laborales resueltos, además de tomar la firme resolución de renunciar a los trabajos que hasta entonces desempeñaba para dedicarme en cuerpo y alma a la crianza de mi hija.




Llegado el tan ansiado día a las 8 y 15 de la mañana un 10 de Agosto hace catorce años nació mi hija y fue como si me cayera el mismo Dios del cielo. Lo que sentí no lo puedo describir con palabra mortal alguna, es un amor que supera los límites de cualquier racionalidad, este amor envuelto de miedo por lo que se avecina, amor y miedo a su frio, amor y miedo a su calor, amor y miedo a toda su vida…

Mi Catalina, llegó a este mundo a enseñarme a ser madre, a enseñarme el amor incondicional, a ser cuidadosa y temerosa. Con mi nueva condición de madre comprendí que aquel asunto de ser padres, es más que una simple labor, es sentimiento, es vida, es olor, color y sabor, todo en tu vida a partir de entonces adquiere un nuevo significado porque estas dividida en dos y resultas amando mas esa pequeña división de ti que a ti misma.



Con ese gran sentimiento que llenó mi vida a partir de entonces, cambié por completo aquella idea de años atrás en los que soñaba con ver revolotear a más de un hijo a mis pies sin considerar que cada hijo que vendría sería una nueva división de mi ser, de la que en realidad en mi fragilidad sentimental no podría hacerme cargo.

sábado, 30 de abril de 2011

Y QUE OFICIO LE PONDRIA MARUN TIRUN TIRUN LA





Cada vez que termina un mes, como hoy, no deja de dar un cierto escozor en el alma por aquellos días idos, aquellos momentos vividos que jamás regresarán, a no ser que se los traiga con algunas letras del recuerdo para hacerles saber a esos minutos que su muerte no ha sido en vano, que cada segundo ha sido aprovechado, compartido y aprendido.



En familias grandes como las de antes, en las que el número se contaba teniendo en cuenta los sabios designios de nuestro creador (los hijos que Dios nos dé) se podía detallar con mayor precisión este paso inexorable de los días, ver hacerse mayores uno a uno de mis hermanos y graciosamente pensar que yo jamás seria adulta.



Los juegos de entonces reflejaban una cierta premonición de nuestras futuras vivencias y de alguna manera labraron nuestro futuro, quizá deberíamos adaptar una nueva frase, “eres lo que juegas” o tal vez, “serás lo que juegas”. Para no ir más lejos, mis juegos de niña eran las cocinaditas, la mamá de la casa, la que cuidaba y regañaba a los hijos, es gracioso recordarlo así, y no lo había pensado hasta este momento en que lo redacto para ustedes, pero resulta interesante analizarlo.



Cuando salíamos a jugar con toda la chiquillada del barrio, todos eran mis hijos, yo salía a hacer la compra, que consistía en unas hojas grandes que no se si ese sea su nombre pero les llamábamos lengua de vaca que hacían las veces de carne, la que adquiramos en una tienda montada por otro niño a remedo de carnicería, se podía ver las hojas colgando como si fueran grandes lonjas de carne las que con gran destreza, afilando su machete (un palito callejero) el señor carnicero partía dependiendo de si queríamos lomo o rabadilla, regodeando precios y pidiéndole que nos venda carne “flaquita” (como lo escuchábamos de nuestros mayores), salíamos con nuestro paquete envuelto en periódico como se acostumbraba antes; las papas eran piedras, la hierba la cebolla y agua y lodo se confundían en una mescolanza de color poco agradable que a mis putativos hijos obligaba a comer repitiendo cuan delicioso manjar había preparado su madre, después de comer me retiraba a mis quehaceres domésticos mientras mis hijitos iban al colegio donde otra niña cuya vocación debió ser la de enseñar, con dedo índice apuntando al cielo en señal de advertencia, daba lecciones de no sé que a sus alumnos. El carnicero cerraba el negocio y llegaba a hacer ahora las veces de papá, para entonces su única labor era comer y salir a perseguir correa en mano a los malos hijos que escapados del colegio jugaban a sus anchas por el prado, había que averiguar a qué se dedican ahora estos niños de entonces.




Cuando nos prohibían las salidas muy repetidas para que no nos hagamos “niñas de la calle” y siendo ya mas grandecitas, jugábamos con las empleadas, Rosa y Mary, eran jóvenes y nos cargaban mono para nuestros juegos y tonterías, con ellas simulábamos grandes fiestas y preparábamos los licores (jugo en copas), por aquellos días vendían unos cigarrillos de dulce eran como mentolados blancos y con la punta de colores: verde, rosado fuerte y amarillo, los comprábamos en todos los colores y los organizábamos en una caja de madera para ofrecer a nuestros invitados; galletas, pan y mecatos varios adornaban las bandejas que serian los pasa bocas de nuestra animada fiesta. Todo debidamente organizado en la habitación, cerrábamos la puerta. Música, comida y cigarrillo en mano, (el que terminábamos comiéndolo hasta el filtro) les enseñábamos a bailar a las empleadas, calculando el tiempo preciso de la llegada de nuestros hermanos y padres para poder organizar todo de nuevo y enviar a las empleadas a sus labores, para que nadie sospeche de nuestra doble vida de “pernicia”.




Como era de esperarse, ante aquel panorama, aprendí a gustar de las cosas del hogar, me encanta la cocina, atender mi casa y a sus integrantes, preparar fiestas y ser gran anfitriona de ellas. También me gustan las copas, un buen vino y de tanto en tanto un cigarrillo (ya superado en gran medida)…



Hoy en día es un tanto difícil descifrar las inclinaciones futuras de nuestros hijos, sobre todo si vemos que sus juegos no pasan de una videoconsola y sus amistades se reducen a un gran grupo de amigos por internet…

lunes, 21 de marzo de 2011

OCASIONES ESPECIALES

Todas aquellas fechas que de pequeños fueron importantes, con el pasar de los años pareciera que perdieran valor, no sé si es porque al volvernos mayores cambian nuestras prioridades o es que el agitado mundo que hoy viven nuestros hijos, nos envuelven en su redes haciéndonos olvidar que lo sencillo es más llevadero, que aquellos juegos, bailes y amores de ayer tatuaron en nuestras vidas surcos por donde día a día se deslizan corrientes de recuerdos, de añoranzas y de alguno que otro resentimiento.




Se acerca otra semana santa, y ahora que lo recuerdo aquellos momentos para mí se convertían únicamente en vacación, comida y familia, con la venia de las religiones que tienen en cuenta estas fechas como sagradas, no quiero ofender susceptibilidades pero voy a ser honesta con ustedes al contarles que de oraciones muy poco, mi padre no era muy dado a oír misa y a darse golpes de pecho y mucho menos a obligarnos a asistir los domingos a repetir oraciones de dientes para afuera, mientras nuestras cabezas locas estarían a kilómetros de distancia del sagrado recinto; creo que en eso nos dejo en libertad suficiente para poder elegir en un futuro, los caminos de dios que más nos sean apropiados para nuestro estilo de vida. Y no es que no fuera creyente, ni mucho menos un pecador empedernido y estaba lejos de ser un santo, pero mi papá jocosamente repetía… “los justos no necesitamos confesarnos” hay que anotar que su justicia era relativa, sino, que lo cuenten mis hermanos mayores que tuvieron que vivir los rigores de su estricto carácter, del que yo me libré un poco por ser de las menores.

Pese a esta circunstancia, hay en mi memoria una hermosa oración que él nos enseñó a todos, la que se convirtió casi en un ritual hereditario que ha pasado de generación en generación, aquella que rezábamos con gran devoción antes de dormir: “¡Oh virgen María! botón de clavel, mi madre me dice que te ame con fe, pues cuenta que eres mi madre también, que cuando en las noches, dormidita esté, si soy buena niña me vendrás a ver” a esta plegaria la acompañaba el consabido ángel de la guarda y por ultimo “Bendito, alabado sea el señor santísimo sacramento del altar, buenas noches papacito, mamacita, la bendición y un muchito” nos arropaban y a dormir. Que le pregunten a alguno de nuestros hijos, si no conocen éstas oraciones que dicho sea de paso entiendo que son las únicas verdaderas que hemos repetido con toda el alma y las que nos han protegido del “maligno” todos estos años. Efectivamente se dice que las oraciones de más valor, son las que hacen por nosotros nuestros padres, creo entender que al ser específicamente dirigidas a la salvación de nuestro agobiado ser, calan mejor en el paraíso, por aquello de las ovejas perdidas…

Después de un reparador sueño al abrigo de las oraciones de mi padre, despertábamos con el ánimo dispuesto para recibir a toda la familia que para aquel entonces ya era mucho más numerosa, pues se habían sumado uno que otro cuñado y otro tanto de sobrinos, era muy gratificante escuchar el ding dong de la puerta recibiendo a los bulliciosos comensales, quienes se iban ubicando en los diferentes rincones de la casa: ya tertuliando, ya cocinando, ya jugando; aquellos jueves santos como podrán imaginar después de lo relatado, no tenían nada que ver con al ánimo triste de vísperas al sacrificio de Jesús, de hecho, firmemente he creído que mi Señor nunca quiere que estemos tristes ni pasemos penurias y menos por su culpa, además tan terribles sucesos son dignos de olvidar por lo dolorosos y sangrientos para toda época. El mensaje está mas orientado a recordar únicamente el beneficio que este sacrificio conllevó que según se cuenta es la salvación de nuestras almas, pero mientras mi mente dibujaba todos estos concienzudos análisis, en la cocina se preparaba una deliciosa juanesca llena de nutritivos y aromáticos aderezos y tal cual me apetecía, con mucho choclito desgranado (maíz tierno). Acompañaba a este potaje un exquisito pescado frito, patacones, papas, dulces…en fin, como les digo era toda una celebración, en la cocina se escuchaba la risas de mis hermanas haciendo de las cosas más trascendentales un jolgorio y no era para menos, nuestra bella familia estaba unida pese a los avatares del tiempos difíciles, ese solo hecho hacia que nuestras vidas tengan un nuevo significado.

Habían en casa estrictas normas en cuanto a la organización en el comedor, en el puesto principal estaba mi papá, a un lado de la mesa mi mami (como ya les he contado en otras oportunidades) y frente a mi papa en el otro extremo del comedor estaba el puesto de la discordia, pues estaba reservado siempre para el hermano mayor varón, por lo general siempre estaba sentado mi hermano Jaime porque permanecía en la ciudad aun con nosotros, pero al llegar mi hermano Oscar, no tenía otra alternativa muy a su disgusto que levantarse y cederle el trono a quien correspondía, pero esta satisfacción le duraba poco cuando estaba en casa mi coronel (mi hermano mayor), porque una mirada suya bastaba para desalojar también al que se había apropiado de los derechos de aquel, era gracioso y emocionante ver esta disputa de poderes y por sobre todas las cosas advertir que aun sin estar de acuerdo con estas normas se acataban con humildad. Con las mujeres no había problema, siempre nos ubicamos sin inconveniente alguno, entre otras porque éramos de las últimas en sentarnos después de servir a mi papa, a mi mami y a los hombres previo servicio a los niños en una ataviada mesa auxiliar anexa al comedor (la mesa de ping pong), nuestras copas y platos rebosantes, nuestro comedor lleno de algarabía, comida y amor eso es todo lo que recuerdo de la semana santa, que otra cosa quisiera nuestro querido Jesús, sino es vernos felices?

domingo, 13 de febrero de 2011

GRANDES HUELLAS


Hoy está lloviendo, y es como si cada gota trajera a mis recuerdos aquellos momentos de épocas pasadas de mi vida, las personas que marcaron de alguna forma mi destino y aficiones que permitieron trazar parte del camino a recorrer.

Una de mis grandes frustraciones se refiere a la música. Llegado el momento de escoger los estudios a seguir una vez terminada la secundaria, mi gran sueño era poder estudiar en un conservatorio. Pero mis ilusiones contravenían los deseos de mi padre de labrarme un futuro económicamente rentable, sumado a esta hecho, en mi ciudad no había universidad para estudiar música, por lo que mi deseo se convertía cada vez más en una quimera y se complicaba aun mas habida cuenta que en casa no iban a permitir que una de sus niñas estudiara fuera del seno materno, mi rebeldía no llegaba hasta el punto de desafiar a mis padres en cuanto a economía se refería; de tal forma que resignadamente entre a una carrera que mi papá creyó sería la más conveniente puesto que era la que a él le había dado tantas satisfacciones a nivel laboral y económico; sería entonces Contadora como mi padre.


Los primeros semestres fueron muy complicados para mi, entre otras cosas porque no perdía la esperanza de encontrar algo más acorde a mis gustos, por ello y para mi fortuna en la universidad de Nariño se creó para entonces una escuela de música que funcionaba en las tardes y en la noche; me adentre así en el mundo del engaño, la mentira y secretamente me matricule en mi amada música.

Fueron los días más hermosos de mi vida, no había concierto al que no asistiera, no había clase que faltara, no había música que no cantara, comencé a tomar clases de piano con Anita Josefa, guitarra popular con el maestro Pedro, gramatica musical con el maestro Fausto y nociones de historia musical con el profe Jose Guerrero, en fin, a dar mis primeros pasos en la labor que mas me gustaba.




Se gestaba un grupo coral de la Universidad a cargo del maestro Javier Fajardo gran músico, compositor y arreglista de mi región a quien caí en gracia y me recluto para su grupo, esto me permitió conocer a gente maravillosa, aprender sobre los músicos clásicos que mi papa nos enseño a gustar; teorías, notas, claves todo volaba en mi cabeza y me hacia soñar en ser una gran intérprete y una gran artista. Muchos personajes entraron a formar parte de mi actual círculo todos ellos inmejorables a nivel personal y profesional, entre otros tantos el director de música del área cultural del banco de la república el muy querido y apreciado Luis Pazos, a quien acompañaba tardes enteras a escuchar la mejor música del mundo, fue a través de él que aprendí a disfrutar de la que hoy es mi música predilecta: La Opera.


Mi habitación la empapelé de cuanto afiche de conciertos asistía y guardaba muy celosamente los programas de los conciertos autografiados. Fue mi época de oro, el maestro Javier Fajardo me hizo ver un mundo de posibilidades musicales a mí alrededor con él y el grupo que conformaba, tuve la oportunidad de viajar, salir, cantar y por sobre todo disfrutar. No tengo la certeza de que el “mesiè” como cariñosamente lo llamamos, se alcance a imaginar lo importante que fue para mi vida, él marcó una huella en mí, llena de ensoñación y fantasía, dejando atrás la cotidianidad mis días desde entonces siempre estaban en conexión con el arte. El por si solo representa aquella época en que podía sentarme a la mesa y saborear con todos mis sentidos los mejores platos musicales sin necesidad de trasladarme a Salzburgo donde sin empacho se dice que “todo sabe a Mozart”. Degustar de un aperitivo con Mahler, y quizá poder danzar como Isadora Duncan al ritmo de las melodías de Mendelson, inspirarme con Vivaldi, cenar con Chopin, deleitarme con Mussorgsky, Grieg…




Los ensayos con Javier eran fuera de lo común, entre risas, regaños y repeticiones lograba siempre extraer de nuestras almas la música que cada uno de nosotros llevamos dentro, así fue como el grupo “Ars Musicae” fue conocido en el ámbito musical de entonces, no solo con interpretaciones clásicas, espléndidos arreglos del maestro realizados magistralmente a obras regionales, lograban llegar a un gran público. No me canso de repetir que aquellos momentos de mi vida fueron memorables.

Como pueden ver, aquellos lazos que aderezan esa caja musical que es nuestra vida, unen nuestros corazones con personas especiales que han dejado una profunda huella que ni el tiempo ni el olvido permitirán borrar.

domingo, 23 de enero de 2011

A LA NANITA NANA

El niño Dios siempre fue generoso conmigo, entendí desde muy niña que a Dios no le importaba mucho nuestro buen o mal comportamiento siempre y cuando nuestras acciones no fueran con “premeditación y alevosía” encaminadas a dañar a algún otro ser de la naturaleza. Comprendí entonces que a las almas infantiles todo les es permitido, de ahí, que en diciembre ni siquiera había de confesar nuestros pecadillos para poder acceder a las solicitudes navideñas. Con mi hermanita concertábamos lo que serian nuestras peticiones, yo le vendía a ella la idea de lo que requeríamos y a partir de ese momento dejaban de ser “mis” necesidades para convertirse en “nuestras”, es increíble recordar ¡cómo era de fácil! en aquel entonces estar de acuerdo las dos, en todo.

Ella, jugaba mis juegos, cantaba mis canciones, compartía mis amigos, hasta llegué a pensar que soñaba mis mismos sueños, no sé por qué nos empeñamos en *hacernos grandes* si el mejor estado de la vida es la dulce e inocente niñez.




Mi hermano Jaime, (el cazador) desplegando desde siempre sus habilidades “ingenieriles”, nos hacia un gran pesebre en la sala lleno de casitas con luces, de pastores con muchas, muchas ovejas de todos los tamaños y materiales, caminitos empedrados, lagunas hechas con espejos abarrotadas de patos, pollos y gallinas de todos los colores. El material del papel con el que armaba el Belén, facilitaba el proceso de montar una serie de estructuras rocosas adornadas con musgos, líquenes y todas estas maticas que por aquellos tiempos aun no era prohibida su utilización; en las muy escarpadas rocas se lucían unas cabras locas y algunos renos blancos ya deslucidos algunos de ellos con los cuernos partidos por el fragor del tiempo e imaginaba yo, que también por sus innumerables batallas en defensa de su manada. Muy cerca al ingeniero nuestros ojitos y manos ávidas por ayudar, presenciábamos las habilidades de nuestro hermano; de tanto en tanto ayudábamos a parar a Gaspar, que siempre se empeñaba en caer a un lado del camello dando un muy mal aspecto al sobrio momento.


Terminada la labor, seguíamos con el árbol, era plateado (de moda por esos días) lo cargábamos de bolas de colores y luces. No se usaban moños ni nada parecido a los adornos actuales, simplemente bolas como cascara de huevo que cuando caían, mágicamente convertían el suelo en un cielo escarchado y matizado de rojo, azul y plateado, quizá ese espectáculo me gustaba más que verlas adornando el árbol.

Al acercarme al pesebre y ver al niño Dios acostado en su cunita de musgo, abrigado por el calor de las luces, con la mirada dulce de María no podía más que pensar en lo feliz que sería el niño en ese hogar que al igual que yo, tenía amor, abrigo y esa mirada siempre protectora de su madre. ¿Para qué más? Amor me sobraba, pero para completar mi dicha un triciclo no estaría de más. Así que ansiosamente, al pie del pesebre cada noche en familia rezábamos la novena y con una mirada cómplice con mi hermana le pedíamos al niño dios desde el fondo de nuestro corazón un triciclo para que nuestra felicidad sea total.






Los cantos cerraban la novena, y no podía faltar el villancico aquel llamado "A la nanita nana…" a mi papá le encantaba hacerme entonar en un solo, una estrofa que ningún otro hermano se sabía, y si la sabían, igual callaban. Yo cantaba para mi papá … “manojito de rosas y de alelíes, que es lo que estas soñando que te sonríes…” recuerdo entonces el calor de la mirada de la Virgen María posada en los ojos de mi papa y estos sobre mí, para entonces ya no había triciclo que llenara mas mi corazón que aquella mirada llena de amor y ternura que llegaba a todos los rincones de mi ser convirtiéndome en la más grande frente a todos mis hermanos. ¡ Qué ironía! y aun se empeñaban en decirme pequeña.