Piedra Laja- Genoy Nariño

domingo, 20 de junio de 2010

DE CACERÍA

De los momentos que de niña disfrutaba muchísimo, era acompañar a mi hermano Jaime de cacería (hoy me cuesta reconocer tan deleznable hecho). Deletreando la palabra, suena escalofriante, sobre todo porque ustedes quizá podrían imaginar, que en las paredes de su habitación, cual trofeos, se exhibirían los cuernos de alces, cabezas de tigres y pieles de leopardo. No se confundan amigos, les contaré con detalle el ansiado momento.



En una de las gavetas de su armario, muy escondido en lo alto, debajo de su ropa, celosamente guardada, mi hermano ocultaba una caja amarilla, no tan grande, repleta de una especie de balas, similares a los castillos con los que jugábamos monopolio, pero mucho más pequeñas y de color gris. Colgada en la pared, una “temible escopeta” a la que no me atrevía tan siquiera acercarme; me parecía que mi hermano era muy valiente, muy hábil, lo admiraba mucho, porque él sabía hacer muchas cosas: él armaba, desarmaba, inventaba, creaba, construía, negociaba, arreglaba; su imaginación siempre fue un poco desbordada, soñador, sentimental, pero por sobre todas las cosas era muy tierno y conmovible con las personas no obstante las pruebas de lo que estoy narrando, lo condenen.


Para mí, era mi hombre de la casa, anhelaba ser su compañera de aventuras, pero por ser de las menores poco caso me hacía, sin embargo ahí estaba yo, presta a seguirlo en sus cacerías. Cuando el día anterior decía que saldría a cazar, tímidamente le pedía que me hiciera acompañarlo y prometía ser su auxiliar y obedecer en lo que mandase.
Siempre fui un tanto ansiosa, así que la noche anterior casi no podía dormir, pensando en la aventura que a su lado viviría. Después de una larga noche, muy temprano en la mañana ya estaba lista para la travesía, y me disponía a alistar los implementos a utilizar. Abría el primer y segundo cajón de su armario, para usarlo como gradas y poder acceder al escondite de los “diábolos”. Esto de las escaleras era usual, ya que era la única manera de poder "esculcar" en los cajones de todos, inclusive en el recinto sagrado que era considerado el clóset de mi mami y mi papá; volviendo al cuento (como dice mi madre siempre que la interrumpo en sus historias), se terciaba la flamante escopeta, me tomaba de la mano y salíamos a unas montañas en donde se erigía el acueducto de mi ciudad



Me parecía que recorríamos grandes distancias, pero ya estaba acostumbrada. Además, por la emoción del asunto que me llevaba, no me fijaba en que como siempre, el zapato había hecho de las suyas y se había alimentado con mi media, “tragándose” en cada paso toda la media, amontonándola en la punta. Nunca he sabido el por qué siempre me ha ocurrido esto, pensaban que era por el resorte, pero aun con las prendas nuevas, pasaba lo mismo, el zapato se come mi media y aún no supero ese mal.




Al llegar a la montaña, mi hermano se acostaba en la hierba, me pedía absoluto silencio, y cuando en alguna copa de un árbol sentía que algo se movía, acercaba el arma a su hombro, cerraba un ojo y “pun” disparaba; se sentía un aletear y su posterior caída al suelo, yo corría como si fuera el galgo del rey a recoger la presa, una vez reunidas varias tórtolas y cuanto pájaro se atravesaba, regresaba airosa y se la entregaba a mi hermano quien las guardaba en un maletín y volvíamos a casa.




Ya en casa, sacaba mi hermano a las empleadas de la cocina y él mismo desplumaba las avecitas, les quitaba la bala que cortó su aliento y en una olla las ponía a cocinar, recuerdo que esos caldos eran salados y achotados cual mas, pero eso sí, todas probábamos el delicioso caldito, aún con la pena por el pajarito muerto, no dejábamos de degustar el “pernilito” del tamaño de una pulgada que había sazonado mi hermano en sus artes culinarias. Lo dicho, mi hermano era mi héroe, ¡si hasta cocinar sabía!, qué bueno que por esta vez, me eligiera a mí para ser su auxiliar, por el momento me sentía orgullosa y podía contar a mis amigos del barrio que mi hermano me hizo disparar el arma y que estuve a punto de traer como trofeo el pico de alguna desprevenida ave para colgarlo en la pared.



En la actualidad, aún cuando es escaso el tiempo que comparto con mi hermano dadas sus ocupaciones, nos llena mas el alma escuchar el trinar de un pajarito revoloteando en la fuente de su casa, que verlo preparado en un caldito

sábado, 12 de junio de 2010

A MI PADRE

Hoy, al despertar, mi mente trajo a la vida el recuerdo de mi padre, en la mayoría de mis historias él ha estado presente, en este día desearía dedicarle mis notas y mis evocaciones expresamente a él.



Sabemos ya, que de alguna manera somos inmortales, pues nuestro espíritu trasciende diferentes dimensiones, no obstante, los hijos siempre pensamos que nuestros padres son físicamente eternos, y no es que no hayamos pensado en la muerte, lo que pasa, es que se tiene aquella creencia, que el “mundo queda muy lejos” y todas las cosas que se ven en las noticias sobre fallecimientos, enfermedades, guerras, dolor, accidentes, nunca nos tocaran de frente a la puerta.
Cuando lo vi en el hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos, con ese bip, bip ensordecedor que daba cuenta de los latidos de su corazón, su rostro pálido acompañado de una sonrisa temerosa por el desasosiego que le causaba la sola idea de tener que dejarnos, aún en ese momento, pensé que un hombre como él, no se dejaría vencer ni por la muerte…me tomaba de la mano y me decía que ojalá se le diera una oportunidad más, para seguir siendo felices juntos. Fue la única vez que vi miedo reflejado en el semblante de mi “cusunguerito” (nombre cariñoso que le decía siendo niña), pero no era miedo a la muerte, era el temor de saberse quizá vulnerable a la vida. Jamás pensé que mi padre me pudiera faltar. De hecho, pensé que en realidad el “mundo quedaba muy, muy lejos”.


Para mí, fue el año de la fatalidad, seis meses antes, sufrimos la pérdida de mi hermana mayor y se sumó un hecho personal, que no viene a colación detallar, que hizo que mi hogar, el que me había tomado algunos buenos años formar y que suponía estable, se derrumbara ante mis ojos.
Pero bueno, la idea no era retratar mis propias angustias, ya que el protagonista de este relato sería mi padre. Para quienes no lo conocieron trataré de plasmar en palabras, la grandeza de un hombre como Leonel Patiño-González, un nombre del qué jactarse a la hora de los reconocimientos, refinado, trabajador, galante, estricto, intachable, un señor en todo el sentido de la palabra, era la carta de presentación en cualquier actividad de nuestra vida, a veces era un poco incómodo no depender de nuestra propia valía, porque al saber que éramos hijos de mi padre se abrían las puertas de par en par para darnos cabida, aún cuando ni nuestros nombres eran entonces importantes, orgullosamente levantábamos la cabeza por aquel estandarte que la vida nos otorgó. Pero así como nos llenábamos la boca al pronunciar su nombre, también fue un reto muy difícil en nuestro diario vivir, sobre todo porque él quiso de nosotros la excelencia, un gran inconveniente a la hora de las comparaciones con su brillante intelecto.

Si bien es cierto que algunos de mis hermanos tuvieron que vérselas con un papá estricto; no resten esfuerzo a mi lucha, pues fui la que se quedó sola en casa con él por más tiempo, de tal manera que su atención se volcó en mi educación, aunque resulté ser un hueso duro de roer, no renunció y logramos juntos terminar la carrera profesional que él escogió para mi, profesión que me permitió darle gran orgullo y satisfacción.

En esta ocasión no se puede decir que el alumno superó al maestro, era una situación muy complicada el siquiera intentarlo, y no porque él no quisiera, sino porque era una tarea muy difícil, mi papá sabía de todo cuanto le preguntaran y si no lo sabía, su inteligencia era tal, que nadie nunca se enteró de esas limitaciones, tenía la palabra oportuna, el consejo adecuado, como él mismo decía “yo soy del siglo veintiuno” cuando aún no soñábamos ni con pisar el tal siglo. Le gustaba disfrutar de las cosas buenas, no era de aquellos que guarda la mejor vajilla o el mejor cubierto para ocasiones especiales, todos los días eran especiales y según sus mismas palabras “si no me sirven un café en la mejor vajilla de la casa para mi…no la sirven para nadie”. De él aprendimos esa cierta arrogancia por nuestro apellido, por nuestras costumbres por nuestra tierra y nuestra comida, pero esa arrogancia dificultaba la aceptación de muchos de nuestros amigos por no ser de “rancio abolengo”; de niña y adolescente no tenía problemas con desobedecerle y añadir a la lista de mis enamorados uno que otro “plebeyo”, no sé si por llevarle la contraria o porque siguiendo mi corazón y mi destino andaba camino a la perdición de “mi estirpe”. Con el tiempo, en realidad me perdí por no saber a dónde pertenecer.
Son muchas las cosas que mi padre nos enseñó, pero por sobre todas las cosas el amor a la familia, el hizo denodados esfuerzos por consolidar la relación con su propia familia, aún cuando con sus hermanos los unía la gran aventura que fue su vida juntos, no logró bajo nuevas y mejores condiciones unirse en gran fraternidad con ellos, esa fue su gran frustración.



Mi papá tuvo muchos desatinos en la difícil crianza de nosotros sus hijos, al menos eso era lo que pensábamos cuando aún no éramos padres, gracias a esos desaciertos, hoy en este nuevo siglo, aplicamos las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos dichos para educar a nuestros hijos. Bien decía mi papito que era un hombre del siglo veintiuno…

lunes, 7 de junio de 2010

REENCUENTRO

Por hoy, queridos amigos y lectores quisiera compartir un texto que se publicó en un diario local en mi adorada ciudad con motivo de un anivesario mas de graduadas de la secundaria. Sin mas dilaciones comenzaré...



Hoy me siento afortunada al reencontrar en cada una de mis compañeras de colegio una etapa amada, añorada y nunca olvidada. Desearía recrear todos los momentos que hace mas de 25 años permanecen en mi memoria, cada sonrisa, cada llanto, cada travesura, cada rostro transporta mi alma a mi amado Liceo de la Merced Centro. Creo que puedo ser una vocera de las evocaciones que llegan a cada una de nosotras, tan solo con recordar nuestra niñez en compañía de La Hermana Floralba, la rectora, quien en procura de mantener el orden, y la uniformidad de su colegio revisaba que no llegue alumna sin delantal y mucho menos sin firmar la lista de deberes; ni hablar de la señorita Ana Lucia quien subida en sus enormes plataformas cumplía con lujo de detalles tal tarea en la puerta del salón.



Vienen a mi memoria, las campanadas que anunciaban el tan anhelado recreo y al que en estampida salíamos para poder alcanzar el mejor puesto, ya en la tienda, ya en los peleados columpios; era a estas horas, cuando se podía ver quiénes de las compañeras habían transgredido las reglas del juego y se les castigaba arriba, en el corredor, mirando hacia la pared, escuchando los gritos y juegos de quienes si cumplíamos con todas las labores encomendadas.



No podemos olvidar el santo rosario los miércoles, el que con tanta devoción parecía que rezábamos, mas pensando en la clase que habíamos perdido que en lo que éstas oraciones nos podrían hacer alcanzar el paraíso…..pero que mejor paraíso que esa bella época en la que nuestra única obligación era ser felices y estudiar? Bastaba tan poco para ser felices: participar en las misiones con la hermana Teresa y las famosas pescas milagrosas, atando un cordel a una canasta la que se lanzaba desde el corredor hacia el patio donde por algún dinero se pagaba una que otra sorpresa; en el coro con sor Celina de la Dolorosa, quien antes de comenzar el ensayo nos encomendaba a Santa Lucía, la pobre Santa creo que no tenía otra alternativa que protegernos por la manera autoritaria que le exigía la estricta reverenda, con la hermana Olga aprender costura, la ingenua hermana no se daba cuenta de la tertulia en la que se había convertido el costurero; ayudar de vez en cuando en el dispensario, aprendernos absolutamente todas las estrofas del himno y rezar para que no nos tocara en suerte recitarlas frente a tan numeroso público; llegar a tiempo a formar filas en el patio antes de entrar a clase y que el botón de la camisa mantuviera cubierto cualquier intento de mostrar el cuello, ayudar a la señorita Rosita a llevar de la mano a las niñas de kínder hacia el transporte y por supuesto hacer todas las tareas y estudiar las lecciones.



Y así, hasta que no hicimos “grandes” y entramos a Bachillerato, a nuestro bien amado Liceo de la Merced Maridiaz. Para entonces, el bendito botón de la camisa ya se podía abrir; en los patios, el recreo era menos congestionado porque extensos prados nos servían de playa de veraneo y bronceo, aunque no olvido, que la hermanita que cuidaba el museo del colegio, con un bastón, nos bajaba el uniforme y nos pedía decencia en el recinto, y las barras en las que como monos de circo trepábamos con una facilidad que hoy por hoy me asombra. Pero no todo era juego, había momentos de seriedad, en que acompañados por Clarita, nuestra profesora de Sociales y geografía conocimos los limites de nuestros territorios, con Mariacruz, aprendimos un poco de perspectiva en el dibujo, Melbita que nos hacia filosofar, el Luchito con su trigonometría y sus chistes flojos nos hacía temblar, nuestro serio y muy señor profesor Argoti con sus exámenes sorpresa para sacar 1 o 10, no había términos medios, el adorado químico que a más de una compañera arrebato uno que otro suspiro, Floralba, con sus ensaladas y sus platillos en francés, los Aizaga padres e hijos, dueños y señores de la educación física del colegio y sus benditos saltos en vallas y en el burro, pretendiendo que en un futuro seamos gimnastas profesionales; no podemos dejar a un lado el famoso lema de la Hermana Rosa Adela “Me nesheshitas te nesheshito” cuya particular pronunciación siempre acompaño estas palabras.



En fin, son muchas las cosas que aún quedan sin escribir de todo lo vivido, porque no se puede resumir en un corto texto las hermosas vivencias de nuestra vida en el colegio; cada día era una nueva experiencia. Reunirnos después de 25 años de graduadas, fortaleció nuestros vínculos como familia Franciscana, orgullosas de serlo, de haber compartido juntas estudios, juegos, alegría y llantos. Quiera el creador de nuestras vidas y acontecimientos, que éstos vínculos permanezcan incólumes durante el resto de nuestras vidas y así, con cada reencuentro volver a ser las niñas y adolescentes que llevamos guardadas en nuestros corazones.