De los momentos que de niña disfrutaba muchísimo, era acompañar a mi hermano Jaime de cacería (hoy me cuesta reconocer tan deleznable hecho). Deletreando la palabra, suena escalofriante, sobre todo porque ustedes quizá podrían imaginar, que en las paredes de su habitación, cual trofeos, se exhibirían los cuernos de alces, cabezas de tigres y pieles de leopardo. No se confundan amigos, les contaré con detalle el ansiado momento.
En una de las gavetas de su armario, muy escondido en lo alto, debajo de su ropa, celosamente guardada, mi hermano ocultaba una caja amarilla, no tan grande, repleta de una especie de balas, similares a los castillos con los que jugábamos monopolio, pero mucho más pequeñas y de color gris. Colgada en la pared, una “temible escopeta” a la que no me atrevía tan siquiera acercarme; me parecía que mi hermano era muy valiente, muy hábil, lo admiraba mucho, porque él sabía hacer muchas cosas: él armaba, desarmaba, inventaba, creaba, construía, negociaba, arreglaba; su imaginación siempre fue un poco desbordada, soñador, sentimental, pero por sobre todas las cosas era muy tierno y conmovible con las personas no obstante las pruebas de lo que estoy narrando, lo condenen.
Para mí, era mi hombre de la casa, anhelaba ser su compañera de aventuras, pero por ser de las menores poco caso me hacía, sin embargo ahí estaba yo, presta a seguirlo en sus cacerías. Cuando el día anterior decía que saldría a cazar, tímidamente le pedía que me hiciera acompañarlo y prometía ser su auxiliar y obedecer en lo que mandase.
Siempre fui un tanto ansiosa, así que la noche anterior casi no podía dormir, pensando en la aventura que a su lado viviría. Después de una larga noche, muy temprano en la mañana ya estaba lista para la travesía, y me disponía a alistar los implementos a utilizar. Abría el primer y segundo cajón de su armario, para usarlo como gradas y poder acceder al escondite de los “diábolos”. Esto de las escaleras era usual, ya que era la única manera de poder "esculcar" en los cajones de todos, inclusive en el recinto sagrado que era considerado el clóset de mi mami y mi papá; volviendo al cuento (como dice mi madre siempre que la interrumpo en sus historias), se terciaba la flamante escopeta, me tomaba de la mano y salíamos a unas montañas en donde se erigía el acueducto de mi ciudad
Me parecía que recorríamos grandes distancias, pero ya estaba acostumbrada. Además, por la emoción del asunto que me llevaba, no me fijaba en que como siempre, el zapato había hecho de las suyas y se había alimentado con mi media, “tragándose” en cada paso toda la media, amontonándola en la punta. Nunca he sabido el por qué siempre me ha ocurrido esto, pensaban que era por el resorte, pero aun con las prendas nuevas, pasaba lo mismo, el zapato se come mi media y aún no supero ese mal.
Al llegar a la montaña, mi hermano se acostaba en la hierba, me pedía absoluto silencio, y cuando en alguna copa de un árbol sentía que algo se movía, acercaba el arma a su hombro, cerraba un ojo y “pun” disparaba; se sentía un aletear y su posterior caída al suelo, yo corría como si fuera el galgo del rey a recoger la presa, una vez reunidas varias tórtolas y cuanto pájaro se atravesaba, regresaba airosa y se la entregaba a mi hermano quien las guardaba en un maletín y volvíamos a casa.
Ya en casa, sacaba mi hermano a las empleadas de la cocina y él mismo desplumaba las avecitas, les quitaba la bala que cortó su aliento y en una olla las ponía a cocinar, recuerdo que esos caldos eran salados y achotados cual mas, pero eso sí, todas probábamos el delicioso caldito, aún con la pena por el pajarito muerto, no dejábamos de degustar el “pernilito” del tamaño de una pulgada que había sazonado mi hermano en sus artes culinarias. Lo dicho, mi hermano era mi héroe, ¡si hasta cocinar sabía!, qué bueno que por esta vez, me eligiera a mí para ser su auxiliar, por el momento me sentía orgullosa y podía contar a mis amigos del barrio que mi hermano me hizo disparar el arma y que estuve a punto de traer como trofeo el pico de alguna desprevenida ave para colgarlo en la pared.
En la actualidad, aún cuando es escaso el tiempo que comparto con mi hermano dadas sus ocupaciones, nos llena mas el alma escuchar el trinar de un pajarito revoloteando en la fuente de su casa, que verlo preparado en un caldito
Solo los recuerdos pueden hacer historias llenas de color y de ternura, segun lo que guardes en tu corazon
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