domingo, 5 de diciembre de 2010
SABOR A NAVIDAD
Mis escritos tienen el poder de una secuencia mental más que cronológica; lo que quiero decir, es que son los recuerdos en mi mente los que dan el orden a mis relatos y son mis vivencias actuales las que van trayendo a mi memoria episodios de mis “vidas pasadas”. Aquellas evocaciones que con el pasar de los años se vuelven mágicos recuerdos llenos de luz y vida.
Antes de empezar las navidades, mis padres mandaban lavar los vidrios y las cortinas de la casa, en la limpieza de los vidrios también participábamos los hermanos, por lo general, la tercera de mis hermanas mayores y el menor de los varones y por supuesto no podía faltar de entrometida, YO.
El ventanal mas fastidioso para lavar era el de la sala de estar, mi papá tenía un gusto enorme por la luz en las casas, por tal razón, hizo construir en el segundo piso una sala llena de grandes ventanales, que permitía que el astro rey se sentara a descansar con mi padre a escuchar sus lecturas y dormitar un poco después de una exhausta jornada de trabajo; podrán así amigos lectores, hacerse una idea del calor que en “nuestro estar” (así se llamaba la sala) se podía sentir; me costaba entender cómo mis padres soportaban tan altas temperaturas.
El dichoso solar, era el preferido de mi papá, a medio día se recostaba en una especie de hibrido entre hamaca y mecedora de lona verde oscura, que por la acción del sol ya había degradado su color, (mas no su uso), de seguro el sol se recostaba a descansar también en ella, de ahí su aspecto un tanto “amarronado” . Con el mismo libro que fuera para entonces su entretenimiento se cubría la cabeza, y adormecía su fatiga matutina por escasos cinco o diez minutos, tiempo suficiente para tomar nuevos bríos y continuar la jornada en la tarde. De niña pensaba que no bastaba con leer para tener la inteligencia de mi papá, también había que dormir y despertar con los libros, hecho un poco complicado para mí que era la última en acostarme y la primera en levantarme.
Pero volvamos al ventanal, mi hermano y mi hermana cual malabaristas, trepaban, se colgaban, subían y bajaban, mi labor no era menos meritoria a parte de estar “metida” como me decían, me sentía como en un quirófano pasándoles el paño por la frente para que ni una gota de sudor empañe su labor, bueno, ya visto hoy simplemente era cuestión de entregarles el trapito limpio y escurrido para que no tengan que bajar a por él, pero también acarreaba el agua limpia, y pegaba la nariz al vidrio mirando y por supuesto aprendiendo tales destrezas, hecho que me valió la herencia de tan honrosa tarea, sin arnés y sin otra compañía para el oficio que la escrutadora mirada de mi hermana menor que no sabía yo si me admiraba o simplemente se escandalizaba por mi temeridad al enfrentar aquellos “enormes molinos de viento”
Una vez listos los ventanales mi hermano inventaba formas (la verdad un poco raras) para organizar las luces de navidad. Me olvidaba contarles que antes de ubicar la serie, ésta se extendía a lo largo de la sala para revisar si todos los bombillos funcionaban correctamente, uno a uno era probado y cambiado en caso de estar quemado.
Cada paso de aquellos fue registrado en mi vida, de tal suerte que posteriormente me convertí en una gran electricista, arreglaba tomas, hacia conexiones, pegaba, despegaba, armaba y desarmaba…en fin, tuve “mi” oportunidad cuando estuve sola con mis padres de ser “el hombre de la casa”
Recuerdo toda mi hermosa casa llena de luces, luces de colores, luces con sabores y olores a rojo, a verde, a amarillo; los aromas de sus colores se confundían entonces con las sensacionales emanaciones de los dulces, de las risas, de la miel de panela, de los juegos, de villancicos. Todo era una confluencia de hermosas y aromáticas sensaciones de familia, de amor, de unión, en una sola palabra, de NAVIDAD.
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