DULCES Y MAS DULCES
Cómo es de grato, tener memoria gustativa y olfativa, éstas resultan ser más poderosas que todas las demás, guardo en mi paladar el sabor de esas navidades, cálidas llenas de gente, de comida y gracias a mi papá todo en abundancia, hasta abundancia de hijos, éramos nueve hermanos, todos con gustos y temperamentos muy diferentes, aliados de dos en dos y de tres, dependiendo de las edades y la clase de pilatunas por hacer, de todas formas en esas temporadas había una mayor complicidad entre todos, por aquello del espíritu navideño, hechizo que se deshacía al finalizar carnavales. Pero déjenme contarles cómo era ese mes; teníamos en el comedor un mueble de alacena de pared a pared el que se llenaba de colores dulces. En recipientes de cristal, un conjunto de exquisitos aromas se confundían y envolvían el ambiente en un arcoíris de olores y sabores que invitaban a pasar el dedo para darle una “probadita” sin tener que recurrir al plato y a la “cucharilla”. Las mujeres participábamos de la elaboración, las mayores al mando en el fogón y las menores pelando, despulpando y probando de tanto en tanto. El dulce que más me gustaba era el de tomate, su sabor entre dulzón y ácido me provocaba la misma sensación que nos da el ver escurrir un limón, (a que se les hizo agua la boca no?), para que no se queden con las ganas les explicaré como se hace. Se compran tomates de árbol (del común); como el sabor de la cascara es amargo, es necesario ponerlos en agua caliente hasta que su cáscara reviente, se los retira del fuego y se los pela, teniendo cuidado de no cortarle la colita del fruto, aparte, se hace un almíbar con azúcar y clavo de olor y se pone a calar el tomate; se retira del fuego cuando el sabor del almíbar se haya fusionado con la acidez del tomate y se torne un poco espeso, pruébenlo…es delicioso. A esta preparación la acompañaban los dulces de guayaba, chilacuán ( o papayuela), de mora, de leche, de leche cortada, de brevas, de papaya (era el que menos me hacía gracia) entre otros. Mi papá, que gustaba caminar con las manos atrás, pasaba por el comedor y cual gato relamiéndose los bigotes, miraba con satisfacción el poder proporcionarnos tales manjares. Llegada la hora del almuerzo, el jefe del hogar presidía la enorme mesa, su puesto era diferente, tenía brazos, era una especie de trono, a un lado mi mami y distribuidos a los lados todos nosotros, había un puesto reservado para el hermano mayor, que era el otro extremo de la mesa, era como un derecho, si alguien atinaba a sentarse en ese lugar, sin mediar palabra, había que retirarse a la llegada del rango superior.
Un gran vaso de champus con mucho mote, piña y lulo servía de entrada al plato fuerte, teníamos cucharitas especiales de mango largo para poder alcanzar hasta el último rincón del vaso, y al terminar, un plato con “toooodos” los dulces cerraba con broche de oro el almuerzo, nadie podía retirarse de la mesa hasta que el último terminara, en tanto eso sucedía y mientras los grandes hablaban de la oferta y la demanda, la economía, la política y los vecinos; mi hermana menor y yo jugábamos debajo de la mesa (hecho que según cuentan mis hermanos, también lo hacían cuando niños), molestándoles los pies a todos; hasta que un gran golpe en la cabeza contra la mesa, nos anunció que ya estábamos grandes para andar en esos juegos de niñas……
Gracias por la receta hermana. Se me hizo agua la boca y agua los ojos de los recuerdos.
ResponderEliminarQue sean lagrimas de alegría, de tener la fortuna de haber vivido todos eso eventos y la memoria para recordarlos y poderlos contar...
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