MI ESPIRITU INQUISIDOR
Quién de niño no tuvo la hermosa experiencia de ver germinar un frijolito… En todo colegio, escuela y sitio que se precie de enseñar, se daba la cátedra de las innumerables posibilidades de la creación, quizá fuera en Ciencias Naturales o en Biología o botánica, en fin, al título de la materia restémosle importancia frente a la grandeza de lo que es la procreación y la reproducción en todas sus formas. Y por supuesto no estaba yo por la labor de dejar pasar esta oportunidad de poner en práctica mi espíritu inquisidor e investigativo. Nos enseñaron que dejando en un frasquito encima de un algodón embebido en agua, pasados unos días y cuidando su proceso diario, éste germinaría y se convertiría en una inmensa mata de fríjol. Mi excesiva actividad infantil, hacía que yo revisara el proceso cada minuto, llevé mi preciado frasquito cerca a la ventana de mi habitación, para que recibiera los rayos del sol que alimentarían a mi plantica y en efecto, el granito comenzó a reventar, y por uno de sus extremos comenzaron a salir pequeñas hojas en forma de corazón (a mi me lo parecía) y sus raíces se aferraban al algodón en busca del tan anhelado alimento…el agua. Como me di cuenta de lo fácil que era este asunto, busqué entonces más frascos y puse en ellos toda clase de granos que encontré: alverjas, lentejas, maíz pira (imagino que anhelaba tener una mata de crispetas), habas entre otros. Mi ventana parecía todo un invernadero, hasta papas y “ollocos” alcanzaron a formar parte de granja personal, mi papá, amante del orden y del buen gusto, no miraba con muy buenos ojos lo que para él era un gran desorden, sin embargo no me decía nada. Después de llevar mi tarea al colegio, pregunté cuál era el siguiente paso, que para efectos de la materia ya no era necesario aprender, pero yo no podía dejar de pensar en el momento en que mi frasquito me diera para cosechar el que sería mi sustento diario; es así como decidí trasplantar mis legumbre, leguminosas y hortalizas, al jardín de la casa, en medio de las violetas y debajo de unas plantas con flores matizadas entre rojo naranja y amarillo (llamas creo que les decían) sembré todas mis ilusiones…bueno…al menos parte ( mas adelante les cuento el por qué). Como dicen la mayores, al parecer “tengo buena mano” para las plantas, porque todo lo que sembré creció, es así como pude ver nacer una alverja envainada, vi las hermosas flores de mi planta de haba y enroscarse en círculos las acorazonadas hojas de un fríjol, también degusté la primera zanahoria de mi cosecha y el dulce sabor amargo de un rábano…A todas estas experiencias, mi papá siempre estuvo atento, celebrando, sin hacerlo notar, la felicidad que me daba ver todos los días mis planticas…Todo iba bien hasta que decidí incursionar en la reproducción animal, es un hecho un tanto vergonzoso, pero para librarme de este karma, se los voy a contar. En la televisión vimos como se hace para obtener un pollo a partir de un huevo (después de los nefastos resultados, me di cuenta cuan “destructivos” son los documentales a esa edad). A mi hermana le habían regalado, (quizá en algún cumpleaños) una lonchera en forma de maleta, con florecitas verdes y forrada en su interior, la que por supuesto yo siempre quise para mi, y ella nunca compartió, haciendo un paréntesis, en eso tengo que ser una delatora, (de mis manía y de las de ella), Por mi parte siempre me gustaba vestirme con lo ajeno, (lo llamaba mi mami) para mí, era un compartir, yo veía como mis hermanas mayores compartían sin problema, no entendía por qué no podía ser igual con mi hermana menor? no solo vestirme, también utilizar lo ajeno, tampoco tenía problema con que utilizaran mis cosas, cuestión de temperamentos. En fin, volvamos a nuestro asunto…Una vez tomado nota de los pasos a seguir para empollar un huevito, decidí utilizar la mentada lonchera para hacer mi propia incubadora, la forré con algunos retazos de tela para que cuando naciera el pollito no sintiera frio, desbaraté la lámpara de mi mesita de noche y le ubique bombillo a mi invención, saque un huevo de la nevera y lo acosté en el mullido refugio, cerré la maleta y la puse debajo de la cama y a esperar…Lo vergonzoso que hacía alusión hace un momento, es porque casi ocasiono un enorme incendio. Ese día tuvimos que salir todos de casa; al llegar, un horrible olor y una gran humareda llenaban las habitaciones y nadie sabía de dónde provenía, excepto yo, que corriendo subí y encontré mi proyecto consumiéndose ya en pequeñas llamas, el desastre pudo haber sido monumental de no haber llegado a tiempo, a pesar del daño que ocasionó mi travesura, no me regañaron, al contrario, ( y ya pasado el susto) ha sido motivo de burla durante años y ese ha sido mi mayor castigo…creo que haciéndolo público me libero un poco de ese trauma que me ocasionaron mis incursiones investigativas y científicas…
sábado, 27 de marzo de 2010
sábado, 20 de marzo de 2010
LA DANZA DEL BRILLO...
LA DANZA DEL BRILLO
Mi casa paterna, muy aparte de ser solo un refugio, era nuestro sitio de juegos, nuestra callada cómplice de diabluras, pero para que sea un lugar digno de tales apelativos, había que invertir tiempo y energía en mantenerla brillante, en aquellos tiempos todos los pisos eran de madera (como decía mi papá orgullosamente: de pino rooomerillo), exceptuando el sitio dedicado a la mesa de ping-pong y el salón que daba entrada al comedor y la cocina que eran de mármol, igualmente reluciente. El conservar éste lugar en condiciones de espejo, contaba con la participación de todos o casi todos los hermanos, quienes con viruta gruesa en cada pie, bailábamos la “danza del brillo”, era genial ver aquel ritual, todos de diferentes edades éramos uno solo con un objetivo común: dejar pelado el piso, y no les estoy hablando de un pequeño espacio, en la parte de abajo dos salas grandes adornaban un extremo de la casa, el estudio, la gran entrada principal, además del comedor y ni les cuento del segundo piso porque esa era misión para otro día, pues no podíamos abarcar todo los frentes sin quedar literalmente “echando la gota”. Entre risas y algarabía terminábamos agotados pero satisfechos. Había que continuar con la cera, una barra con un pinito ya amarillento en su empaque, no estoy muy segura de formar parte del selecto grupo dedicado a la encerada, creo que eso ya lo hacían las empleadas, lo que sí recuerdo, es que sendos periódicos adornaban el camino por el que habíamos de transitar para no dejar huellas y dañar la labor familiar, hasta continuar al siguiente día con la danza aquella. No se estilaba por esos días el uso de la brilladora aún, por lo tanto, había que recurrir a unos paños suaves en los que nos sentábamos los pequeños, mientras los grandes tiraban por los extremos, era una delicia, no sé decirles si mis hermanos lo disfrutarían en la misma medida que yo, porque para mí, aparte de compartir con los grandes que era una labor que me gustaba mucho, (para ellos no debió ser nada agradable tener que calarse a la metida hermana pequeña en tooodas partes) todo era un juego. Una vez que los muebles se disponían en su lugar, había que lavar las porcelanas de las vitrinas, ese era otro juego del que me encantaba participar. Se disponían varios recipientes encima de la mesa de ping-pong: uno con jabón y abundante espuma y dos más con agua limpia para completar el enjuague, alrededor de la mesa veíamos como sumergían pieza por pieza en un baño de espuma, al salir del jabón pareciera que las bailarinas, las muñecas y las flores que adornaban las jarritas, sonrieran de verse limpias y resplandecientes, era entonces cuando la recibía otro participante para quitarle los restos de jabón; un último baño daba paso a la mirada escrutadora de mi hermana mayor o la que estuviera haciendo las veces, quien después de asentir, colocaba la figura otra vez encima de “periódicos” (los compañeros fieles a lo largo de nuestra existencia) con dedo índice de advertencia de cuidarnos de pasar por esos lares y romper alguno de los preciados tesoros. Con pies de plomo y manitos atrás como nos enseñara mi papá, pasábamos a ver si ya estaban secas y si en verdad sonreían después de quitarles tanto polvo acumulado, producto de la pulida de los pisos....
Estos y otros muchos eventos de nuestra cotidianidad hacen, como lo dice Soledad Pastorutti en su canción el brindis, “que los recuerdos parezcan de otras vidas”, de alguna manera nuestro pasado es ya otra vida, para aquellos que no creen en la reencarnación, cada segundo de nuestra vida muere y día a día reencarnamos en un individuo diferente al que fuimos el día anterior y aunque con estos relatos retrotraigamos sucesos de nuestra infancia…nunca podremos volver sobre nuestros mismos pasos….
Mi casa paterna, muy aparte de ser solo un refugio, era nuestro sitio de juegos, nuestra callada cómplice de diabluras, pero para que sea un lugar digno de tales apelativos, había que invertir tiempo y energía en mantenerla brillante, en aquellos tiempos todos los pisos eran de madera (como decía mi papá orgullosamente: de pino rooomerillo), exceptuando el sitio dedicado a la mesa de ping-pong y el salón que daba entrada al comedor y la cocina que eran de mármol, igualmente reluciente. El conservar éste lugar en condiciones de espejo, contaba con la participación de todos o casi todos los hermanos, quienes con viruta gruesa en cada pie, bailábamos la “danza del brillo”, era genial ver aquel ritual, todos de diferentes edades éramos uno solo con un objetivo común: dejar pelado el piso, y no les estoy hablando de un pequeño espacio, en la parte de abajo dos salas grandes adornaban un extremo de la casa, el estudio, la gran entrada principal, además del comedor y ni les cuento del segundo piso porque esa era misión para otro día, pues no podíamos abarcar todo los frentes sin quedar literalmente “echando la gota”. Entre risas y algarabía terminábamos agotados pero satisfechos. Había que continuar con la cera, una barra con un pinito ya amarillento en su empaque, no estoy muy segura de formar parte del selecto grupo dedicado a la encerada, creo que eso ya lo hacían las empleadas, lo que sí recuerdo, es que sendos periódicos adornaban el camino por el que habíamos de transitar para no dejar huellas y dañar la labor familiar, hasta continuar al siguiente día con la danza aquella. No se estilaba por esos días el uso de la brilladora aún, por lo tanto, había que recurrir a unos paños suaves en los que nos sentábamos los pequeños, mientras los grandes tiraban por los extremos, era una delicia, no sé decirles si mis hermanos lo disfrutarían en la misma medida que yo, porque para mí, aparte de compartir con los grandes que era una labor que me gustaba mucho, (para ellos no debió ser nada agradable tener que calarse a la metida hermana pequeña en tooodas partes) todo era un juego. Una vez que los muebles se disponían en su lugar, había que lavar las porcelanas de las vitrinas, ese era otro juego del que me encantaba participar. Se disponían varios recipientes encima de la mesa de ping-pong: uno con jabón y abundante espuma y dos más con agua limpia para completar el enjuague, alrededor de la mesa veíamos como sumergían pieza por pieza en un baño de espuma, al salir del jabón pareciera que las bailarinas, las muñecas y las flores que adornaban las jarritas, sonrieran de verse limpias y resplandecientes, era entonces cuando la recibía otro participante para quitarle los restos de jabón; un último baño daba paso a la mirada escrutadora de mi hermana mayor o la que estuviera haciendo las veces, quien después de asentir, colocaba la figura otra vez encima de “periódicos” (los compañeros fieles a lo largo de nuestra existencia) con dedo índice de advertencia de cuidarnos de pasar por esos lares y romper alguno de los preciados tesoros. Con pies de plomo y manitos atrás como nos enseñara mi papá, pasábamos a ver si ya estaban secas y si en verdad sonreían después de quitarles tanto polvo acumulado, producto de la pulida de los pisos....
Estos y otros muchos eventos de nuestra cotidianidad hacen, como lo dice Soledad Pastorutti en su canción el brindis, “que los recuerdos parezcan de otras vidas”, de alguna manera nuestro pasado es ya otra vida, para aquellos que no creen en la reencarnación, cada segundo de nuestra vida muere y día a día reencarnamos en un individuo diferente al que fuimos el día anterior y aunque con estos relatos retrotraigamos sucesos de nuestra infancia…nunca podremos volver sobre nuestros mismos pasos….
domingo, 14 de marzo de 2010
¡¡¡ A JUGAR !!!
¡¡¡ A JUGAAAAR !!!
Qué bella, tranquila y buena es la infancia, me doy cuenta que por aquellas épocas no había distinción de clases, ni económicas, ni sociales, simplemente éramos niños jugando. Nuestros más puros y nobles sentimientos los dedicábamos al pensamiento, y por aquel entonces esos pensamientos tenían un solo horizonte, “jugar”. Cuando llegaba el fin de semana, nuestro afán era el desocuparnos rápidamente de la comida para salir con nuestros amiguitos, todo el barrio se llenaba de niños de todas las edades y condiciones sociales: el hijo de la señora de la tiendita, los hijos del celador, el hijo de los señores que repartían la leche, en fin, un “heterogéneo grupo de homogeneidad infantil”. Salíamos con el último bocado aún sin digerir al escuchar el SI de mi papá (una vez que entre miradas con mi mami de habían puesto de acuerdo), respondiendo al que en turno le tocaba pedir el permiso; de la misma manera en la que llamaban a la puerta por nosotros, así también, corríamos de casa en casa a por nuestros compinches; después de reunir un gran número de amigos, decidíamos la labor de la noche, en ocasiones con la ayuda de los grandes saltábamos a la cuerda, era una soga gruesa y mágica que atravesaba la calle y nos permitía ver el futuro… ”monja…, viuda…, soltera…., casada…., divorciada”, no recuerdo cuál estado de estos correspondía al castigo, quizá por las condiciones católicas por herencia adquiridas en toda la comunidad, el premio sería para la monja y el castigo correspondería a la divorciada, la que tenía que tomar un extremo de la cuerda y dale a “batir” como se le decía entonces, hasta cuando cansados de ver un “futuro tan prometedor”, optábamos por jugar al “congel”, supongo que fuera el apócope de congelado, o al ponchado (algo parecido al mal llamado beisbol), al tope (los más refinados hoy le llaman “lleva”) y a pedir “tapo” cuando estábamos agotados de correr (hoy conocido y pronunciado como “taim”). Entre gritos y alegatos con el “ajuntador y el desajuntador”, la noche se hacía excesivamente corta aunque muy productiva, sobretodo porque antes de terminar la jornada hacíamos competencias con los mas avezados del grupo, por lo general eran los niños (y por supuesto yo, al mando) de ir hacia las tapias, donde crecía la hierba más larga y levantarla para coger sapos, sin escrúpulo alguno los reuníamos en nuestras camisetas y luego, habríamos un hoyo muy profundo en los montones de arena que servían para las construcciones aledañas y los metíamos, el que más sapos capturaba era el vencedor. En realidad lo que siempre esperábamos calladamente era que los batracios éstos, permanecieran toda la noche encerrados en el túnel que habíamos fabricado para ellos y tener la satisfacción de darles libertad al otro día. No entendíamos por qué a la mañana siguiente, habían huido los muy cobardes, sin dejar ni el más mínimo rastro de haber compartido el juego con nosotros… qué ingratos son a veces los amigos… Es extraño que en estos tiempos le tema a los bichos, toda clase de bichos…lastimosamente al aumentar el tiempo de llegar al final, mas temerosos nos volvemos, lo bueno e importante es poder guardar en la memoria estos momentos que por ser tan simples…son hermosos.
Qué bella, tranquila y buena es la infancia, me doy cuenta que por aquellas épocas no había distinción de clases, ni económicas, ni sociales, simplemente éramos niños jugando. Nuestros más puros y nobles sentimientos los dedicábamos al pensamiento, y por aquel entonces esos pensamientos tenían un solo horizonte, “jugar”. Cuando llegaba el fin de semana, nuestro afán era el desocuparnos rápidamente de la comida para salir con nuestros amiguitos, todo el barrio se llenaba de niños de todas las edades y condiciones sociales: el hijo de la señora de la tiendita, los hijos del celador, el hijo de los señores que repartían la leche, en fin, un “heterogéneo grupo de homogeneidad infantil”. Salíamos con el último bocado aún sin digerir al escuchar el SI de mi papá (una vez que entre miradas con mi mami de habían puesto de acuerdo), respondiendo al que en turno le tocaba pedir el permiso; de la misma manera en la que llamaban a la puerta por nosotros, así también, corríamos de casa en casa a por nuestros compinches; después de reunir un gran número de amigos, decidíamos la labor de la noche, en ocasiones con la ayuda de los grandes saltábamos a la cuerda, era una soga gruesa y mágica que atravesaba la calle y nos permitía ver el futuro… ”monja…, viuda…, soltera…., casada…., divorciada”, no recuerdo cuál estado de estos correspondía al castigo, quizá por las condiciones católicas por herencia adquiridas en toda la comunidad, el premio sería para la monja y el castigo correspondería a la divorciada, la que tenía que tomar un extremo de la cuerda y dale a “batir” como se le decía entonces, hasta cuando cansados de ver un “futuro tan prometedor”, optábamos por jugar al “congel”, supongo que fuera el apócope de congelado, o al ponchado (algo parecido al mal llamado beisbol), al tope (los más refinados hoy le llaman “lleva”) y a pedir “tapo” cuando estábamos agotados de correr (hoy conocido y pronunciado como “taim”). Entre gritos y alegatos con el “ajuntador y el desajuntador”, la noche se hacía excesivamente corta aunque muy productiva, sobretodo porque antes de terminar la jornada hacíamos competencias con los mas avezados del grupo, por lo general eran los niños (y por supuesto yo, al mando) de ir hacia las tapias, donde crecía la hierba más larga y levantarla para coger sapos, sin escrúpulo alguno los reuníamos en nuestras camisetas y luego, habríamos un hoyo muy profundo en los montones de arena que servían para las construcciones aledañas y los metíamos, el que más sapos capturaba era el vencedor. En realidad lo que siempre esperábamos calladamente era que los batracios éstos, permanecieran toda la noche encerrados en el túnel que habíamos fabricado para ellos y tener la satisfacción de darles libertad al otro día. No entendíamos por qué a la mañana siguiente, habían huido los muy cobardes, sin dejar ni el más mínimo rastro de haber compartido el juego con nosotros… qué ingratos son a veces los amigos… Es extraño que en estos tiempos le tema a los bichos, toda clase de bichos…lastimosamente al aumentar el tiempo de llegar al final, mas temerosos nos volvemos, lo bueno e importante es poder guardar en la memoria estos momentos que por ser tan simples…son hermosos.
sábado, 6 de marzo de 2010
MI EXPERIENCIA CON EL GANADO
MI EXPERIENCIA CON EL GANADO
Empezando a escribir sobre mi vida, se agolpan en mi mente un sinnúmero de recuerdos todos quieren ser escritos y desordenan mi redacción, porque no sé si son: antes o después de cierta edad, bueno, pero lo importante no son las fechas, al fin y al cabo fueron vividos en estas dimensiones y a esas vivencias me remito.
De estudiantes, cuando mi hermana mayor se graduó, quedé sola en el colegio, al tiempo, la menor entró a bachillerato, por lo tanto estaba yo a cargo, anteriormente el bus escolar nos llevaba y nos traía entre la casa y el colegio, de pequeñas hasta bueno era el servicio, pero ya en secundaria era otro asunto, por esa razón y como yo estaba al mando, hablamos con mi papá y acordamos que desde ese día tomaríamos el transporte público, argumentando que algún día tendríamos que aprender a desenvolvernos solas por el escarpado mundo del “proletariado”. Mis argumentos debieron ser muy convincentes, porque mi papá accedió a tal petición y desde el día aquel, nos daba el dinero para el recreo y para el bus. Pero lejos de mi estaba subirme en tales aparaticos (al menos por el momento), en vista de mi facilidad para madrugar, muy temprano en la mañana estábamos en pie de lucha, bañadas, peinadas y perfumaditas, salíamos de casa en un caminar casi de trote para llegar a tiempo y así ahorrarnos lo del transporte, pero no solo era esta motivación, a esa hora por la calle, muchos estudiantes de todos los colegios iban y venían y nuestra preferencia era la masculina, pero no crean que por el título del texto de hoy me voy a referir a este tipo de “ganado”, ese es otro asunto el cual espero recordar y reseñarles en otra oportunidad…Un día normal, como tantos otros de aquellos que la rutina acompañaba nuestro andar (hecho, por obvias razones desconocido por mi padre), un tumulto de gente, gritos y carreras rompieron la cotidianidad de aquella fría mañana; mi hermana y yo, no entendíamos qué ocasionaba tal caos, cuando de la nada, como si fueran las fiestas de San Fermín, apareció un enorme toro blanco con grandes cuernos y una inmensa giba, corría asustado envistiendo a todo lo que encontró a su paso, con tal mala fortuna que atropelló a mi hermana dejándola tendida en el suelo inconsciente. Nunca he tenido un susto como aquel, al verla tendida en el suelo con su uniforme rasgado, solo atinaba a escuchar murmullos de la gente que decía “esa niña está muerta”, no sabía si se referían a mi por la palidez del temor o a mi hermanita, en realidad como dirían en un programa mejicano “fué horrible…fué horrible”, yo lloraba a sus pies, pedía que alguien me ayudara, pues no sabía qué hacer, sólo cuando mi peque abrió los ojitos, pude pensar con claridad, la claridad que un tercero o cuarto de bachillerato me permitía, (no muy sesudo por cierto) pare un taxi y con la ayuda de un buen samaritano, la subimos al vehículo, entre “ayes” y desmayos la llevé a un hospital, una camilla la recibió, fue entonces cuando le di un beso, le dije que todo iba a estar bien y corrí a casa. No les miento si les digo, que no paré de correr en una sola respiración, mis lagrimas se secaban con el viento en la carrera, orando para que mi hermanita no muriera; hasta el momento no había pensado qué mentira le diría a mi papá para justificar nuestra ubicación, porque sabía, que después de pasado el susto, él lo preguntaría, eso no era importante por ahora, y de hecho ni lo recuerdo. El mugroso toro, y coprotagonista de esta parte de mi vida, le había quebrado la clavícula a mi hermana, aparte de romperle y revolcarle el uniforme (pese a ello, estoy en contra de las corridas de toros). Supimos por los diarios locales después, que la res, había escapado de un camión al descargar el ganado en alguna parte de las afueras y asustado en su loca huida, no solo atropelló a mi hermana, sino que también hizo muchos estragos en la ciudad, tanto sería, que fue noticia periodística. Mi hermana tardó un buen tiempo en recuperarse y soportar la incomodidad del yeso, entre tanto por esos días, nos llevaban al colegio en el carro, después de eso…volvimos a las andadas….
Empezando a escribir sobre mi vida, se agolpan en mi mente un sinnúmero de recuerdos todos quieren ser escritos y desordenan mi redacción, porque no sé si son: antes o después de cierta edad, bueno, pero lo importante no son las fechas, al fin y al cabo fueron vividos en estas dimensiones y a esas vivencias me remito.
De estudiantes, cuando mi hermana mayor se graduó, quedé sola en el colegio, al tiempo, la menor entró a bachillerato, por lo tanto estaba yo a cargo, anteriormente el bus escolar nos llevaba y nos traía entre la casa y el colegio, de pequeñas hasta bueno era el servicio, pero ya en secundaria era otro asunto, por esa razón y como yo estaba al mando, hablamos con mi papá y acordamos que desde ese día tomaríamos el transporte público, argumentando que algún día tendríamos que aprender a desenvolvernos solas por el escarpado mundo del “proletariado”. Mis argumentos debieron ser muy convincentes, porque mi papá accedió a tal petición y desde el día aquel, nos daba el dinero para el recreo y para el bus. Pero lejos de mi estaba subirme en tales aparaticos (al menos por el momento), en vista de mi facilidad para madrugar, muy temprano en la mañana estábamos en pie de lucha, bañadas, peinadas y perfumaditas, salíamos de casa en un caminar casi de trote para llegar a tiempo y así ahorrarnos lo del transporte, pero no solo era esta motivación, a esa hora por la calle, muchos estudiantes de todos los colegios iban y venían y nuestra preferencia era la masculina, pero no crean que por el título del texto de hoy me voy a referir a este tipo de “ganado”, ese es otro asunto el cual espero recordar y reseñarles en otra oportunidad…Un día normal, como tantos otros de aquellos que la rutina acompañaba nuestro andar (hecho, por obvias razones desconocido por mi padre), un tumulto de gente, gritos y carreras rompieron la cotidianidad de aquella fría mañana; mi hermana y yo, no entendíamos qué ocasionaba tal caos, cuando de la nada, como si fueran las fiestas de San Fermín, apareció un enorme toro blanco con grandes cuernos y una inmensa giba, corría asustado envistiendo a todo lo que encontró a su paso, con tal mala fortuna que atropelló a mi hermana dejándola tendida en el suelo inconsciente. Nunca he tenido un susto como aquel, al verla tendida en el suelo con su uniforme rasgado, solo atinaba a escuchar murmullos de la gente que decía “esa niña está muerta”, no sabía si se referían a mi por la palidez del temor o a mi hermanita, en realidad como dirían en un programa mejicano “fué horrible…fué horrible”, yo lloraba a sus pies, pedía que alguien me ayudara, pues no sabía qué hacer, sólo cuando mi peque abrió los ojitos, pude pensar con claridad, la claridad que un tercero o cuarto de bachillerato me permitía, (no muy sesudo por cierto) pare un taxi y con la ayuda de un buen samaritano, la subimos al vehículo, entre “ayes” y desmayos la llevé a un hospital, una camilla la recibió, fue entonces cuando le di un beso, le dije que todo iba a estar bien y corrí a casa. No les miento si les digo, que no paré de correr en una sola respiración, mis lagrimas se secaban con el viento en la carrera, orando para que mi hermanita no muriera; hasta el momento no había pensado qué mentira le diría a mi papá para justificar nuestra ubicación, porque sabía, que después de pasado el susto, él lo preguntaría, eso no era importante por ahora, y de hecho ni lo recuerdo. El mugroso toro, y coprotagonista de esta parte de mi vida, le había quebrado la clavícula a mi hermana, aparte de romperle y revolcarle el uniforme (pese a ello, estoy en contra de las corridas de toros). Supimos por los diarios locales después, que la res, había escapado de un camión al descargar el ganado en alguna parte de las afueras y asustado en su loca huida, no solo atropelló a mi hermana, sino que también hizo muchos estragos en la ciudad, tanto sería, que fue noticia periodística. Mi hermana tardó un buen tiempo en recuperarse y soportar la incomodidad del yeso, entre tanto por esos días, nos llevaban al colegio en el carro, después de eso…volvimos a las andadas….
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