domingo, 5 de diciembre de 2010
SABOR A NAVIDAD
Mis escritos tienen el poder de una secuencia mental más que cronológica; lo que quiero decir, es que son los recuerdos en mi mente los que dan el orden a mis relatos y son mis vivencias actuales las que van trayendo a mi memoria episodios de mis “vidas pasadas”. Aquellas evocaciones que con el pasar de los años se vuelven mágicos recuerdos llenos de luz y vida.
Antes de empezar las navidades, mis padres mandaban lavar los vidrios y las cortinas de la casa, en la limpieza de los vidrios también participábamos los hermanos, por lo general, la tercera de mis hermanas mayores y el menor de los varones y por supuesto no podía faltar de entrometida, YO.
El ventanal mas fastidioso para lavar era el de la sala de estar, mi papá tenía un gusto enorme por la luz en las casas, por tal razón, hizo construir en el segundo piso una sala llena de grandes ventanales, que permitía que el astro rey se sentara a descansar con mi padre a escuchar sus lecturas y dormitar un poco después de una exhausta jornada de trabajo; podrán así amigos lectores, hacerse una idea del calor que en “nuestro estar” (así se llamaba la sala) se podía sentir; me costaba entender cómo mis padres soportaban tan altas temperaturas.
El dichoso solar, era el preferido de mi papá, a medio día se recostaba en una especie de hibrido entre hamaca y mecedora de lona verde oscura, que por la acción del sol ya había degradado su color, (mas no su uso), de seguro el sol se recostaba a descansar también en ella, de ahí su aspecto un tanto “amarronado” . Con el mismo libro que fuera para entonces su entretenimiento se cubría la cabeza, y adormecía su fatiga matutina por escasos cinco o diez minutos, tiempo suficiente para tomar nuevos bríos y continuar la jornada en la tarde. De niña pensaba que no bastaba con leer para tener la inteligencia de mi papá, también había que dormir y despertar con los libros, hecho un poco complicado para mí que era la última en acostarme y la primera en levantarme.
Pero volvamos al ventanal, mi hermano y mi hermana cual malabaristas, trepaban, se colgaban, subían y bajaban, mi labor no era menos meritoria a parte de estar “metida” como me decían, me sentía como en un quirófano pasándoles el paño por la frente para que ni una gota de sudor empañe su labor, bueno, ya visto hoy simplemente era cuestión de entregarles el trapito limpio y escurrido para que no tengan que bajar a por él, pero también acarreaba el agua limpia, y pegaba la nariz al vidrio mirando y por supuesto aprendiendo tales destrezas, hecho que me valió la herencia de tan honrosa tarea, sin arnés y sin otra compañía para el oficio que la escrutadora mirada de mi hermana menor que no sabía yo si me admiraba o simplemente se escandalizaba por mi temeridad al enfrentar aquellos “enormes molinos de viento”
Una vez listos los ventanales mi hermano inventaba formas (la verdad un poco raras) para organizar las luces de navidad. Me olvidaba contarles que antes de ubicar la serie, ésta se extendía a lo largo de la sala para revisar si todos los bombillos funcionaban correctamente, uno a uno era probado y cambiado en caso de estar quemado.
Cada paso de aquellos fue registrado en mi vida, de tal suerte que posteriormente me convertí en una gran electricista, arreglaba tomas, hacia conexiones, pegaba, despegaba, armaba y desarmaba…en fin, tuve “mi” oportunidad cuando estuve sola con mis padres de ser “el hombre de la casa”
Recuerdo toda mi hermosa casa llena de luces, luces de colores, luces con sabores y olores a rojo, a verde, a amarillo; los aromas de sus colores se confundían entonces con las sensacionales emanaciones de los dulces, de las risas, de la miel de panela, de los juegos, de villancicos. Todo era una confluencia de hermosas y aromáticas sensaciones de familia, de amor, de unión, en una sola palabra, de NAVIDAD.
viernes, 12 de noviembre de 2010
QUE DOLOR..QUE DOLOR...QUE PENA
Y hablando de tantas aventuras por mi vida, les hare ciertas confesiones que por ser eso, confesiones, me cubren un tanto de vergüenza y sólo al compartirlas con ustedes puedo liberar en cierta forma, aquellas sensaciones que oprimen mi alma con recuerdos penosos.
En la adolescencia tuve una serie de pretendientes, los cuales por razones que ya hemos comentado en anteriores relatos no eran del agrado de mi papá, entre otras cosas porque él, no permitía que anden rondando por nuestras vidas “novios” que no fueran oficiales, por lo tanto ningún “mechudo” mal trajeado (que eran los que a mí me gustaban) podría pasar del antejardín de la casa; sin embargo y con todas las prohibiciones del caso, me di mis mañas para empezar con mi vida amorosa desde los 16 años. En ese entonces la adolescencia no se vivía a tan temprana edad como lo es ahora, que desde los 12 ya están nuestros hijos con los “síndromes” pre-adolescentes que nos ponen de cabeza a mas de una madre desconsolada por no saber a “¿a quién? saldrían sus hijitos si nosotros a su edad éramos un “dechado de virtudes”.
Con un grupo de amigas, decidimos hacer una fiesta para divertirnos un poco, ganar algo de dinero y ¿por qué no? Pillar al hombre de nuestros sueños. Había un chico que me gustaba mucho, era el capitán del equipo de baloncesto en el Colegio Champagnat de mi ciudad y por supuesto jefe del grupo de su barrio o “gallada” como se les llamaba. Ciertamente el “candelilla” (así se le conocía en el barrio) fue el primero en mi lista de invitados y con él un séquito de muchachos que lo acompañaban.
La rumba fue todo un éxito, en realidad no sé si a nivel económico nos fue rentable, no lo recuerdo y eso que mí responsabilidad correspondía al turno de las ventas, pero eso no era relevante a la hora de sopesar la conquista que había logrado. El mencionado personaje no bailó con nadie en la fiesta, solo se dedicó a acompañarme en mis ventas y a solidarizarse conmigo en la labor y sacrificio de no bailar para cuidar las rentas del grupo. El caso es, que después de aquella fiesta, el primer amor llegó a mi vida, (el gato, mi novio de fechas pasadas no cuenta, porque no pasó de ser flor de un día). Fue una época muy linda, me gustaba sentir como se morían de celos algunas conocidas del barrio cuando pasábamos de la mano con el personaje en cuestión. Yo vestida con su chaqueta del equipo que nadaba en mi cuerpo pero que orgullosamente lucía haciendo gala de mi buen ojo para pillar novio.
Todo esto duró algunos buenos meses, me visitaba casi todas las noches, que linda pareja hacíamos, el orgullo del barrio, hasta que…aquí es donde empieza mi confesión a la que hacía referencia al inicio de esta narración. Me invitaron a otra fiesta cerca a la casa, pero mi adorado novio no se acercó en dos días a visitarme y a asegurar la asistencia al “evento”, así que hiriendo su machismo fui a la tal fiesta con mis amigas. Al parecer le informaron de mi presencia en la rumba aquella y llegó con todos sus amigos, con tan mala suerte mía, que me sorprendió bailando un vallenato con un muchacho desconocido para él, en aquel entonces los vallenatos se consideraban una especie de bolero por lo tanto se tenía que bailar muy “románticamente” hecho que desde ningún punto de vista le gustó a mi novio, máxime cuando lo había puesto en evidencia con su grupo. Me costó cara la hazaña, me tomó del brazo sin aún terminar la pieza de baile y me sacó de la fiesta muy diplomáticamente y dio por terminada nuestra relación, de nada valieron mis explicaciones a cerca de mi inocencia, las pruebas me condenaban, aunque del fulano con el que bailé no sabía ni conocía nada, y de hecho nunca más lo volví a ver. Con el corazón destrozado llegue a casa con el mal sabor de no saber qué había hecho mal. Tarde entendí que los chicos de esa edad dan mucho valor a su orgullo de “machos ofendidos” y que yo lo había avergonzado delante de todos aquellos que lo consideraban su héroe.
En venganza, aun cuando no tenía a qué venir al barrio, pues para ese entonces ya no era bienvenido, llegó a una novena “bailable” con una novia norteña la que por supuesto a ninguna de las mujeres del barrio nos gustó; completando su proeza, bailó un vallenato con ella. Después, muy tomados de la mano salieron del barrio y no volví a saber en mucho tiempo de sus vidas.
domingo, 10 de octubre de 2010
A MIS AMIGOS LES ADEUDO....
Existen revelaciones que se van dando a medida que vamos caminando por la vida, revelaciones de amor y de amistad que engrandecen nuestro espíritu y que solo logramos valorar cuando nuestro “compañero” el tiempo ha hecho de las suyas con nuestros destinos y los de aquellos que un día fueron nuestros mejores amigos.
Que sería de la vida de los que jugaban conmigo a las escondidas cuando niños? con los que corríamos a ocultarnos después de pegar cintas a los timbres cuando se iba la luz; de los que bailábamos hasta el cansancio en las novenas; de los que jugábamos con arena, de aquellos que organizaban fiestas y hacían las invitaciones en servilletas; de aquellos que solo exigían una sonrisa a las mujeres para que fueran sus parejas, de aquellos amigos que nos daban esquelas con hermosos mensajes de amor, de los que llenaban nuestras carteras con credenciales, de aquellos que entrelazaban nuestras manos para bailar un bolero o un vallenato…que sería de sus vidas?
Que sería de la vida de los que jugaban conmigo a las escondidas cuando niños? con los que corríamos a ocultarnos después de pegar cintas a los timbres cuando se iba la luz; de los que bailábamos hasta el cansancio en las novenas; de los que jugábamos con arena, de aquellos que organizaban fiestas y hacían las invitaciones en servilletas; de aquellos que solo exigían una sonrisa a las mujeres para que fueran sus parejas, de aquellos amigos que nos daban esquelas con hermosos mensajes de amor, de los que llenaban nuestras carteras con credenciales, de aquellos que entrelazaban nuestras manos para bailar un bolero o un vallenato…que sería de sus vidas?
Son muchas las personas que han pasado por nuestro transitar y que en realidad merecerían un reconocimiento especial, pero lamentablemente, muchos de ellos se han perdido en los pasajes de sus propias confusiones y en el olvido de los nuestros. Es una verdadera lástima que al día de hoy en muchos de ellos ya no reconocemos las miradas y las risas que fueron nuestras aliadas de entonces.
Mi memoria de hoy, me permite hacer un recuento de algunas de las épocas que han dejado huella en mi vida con sus respectivos personajes y protagonistas, pero, y también a causa de mi memoria, muchas de las personas de aquellos “ires y venires” se me escapan.
Conocí a un niño muy especial, solo un poco mayor que yo, me esperaba a la salida de casa y me acompañaba al colegio, siempre tenía palabras tiernas y coquetas para mi, aun cuando solo éramos unos niños. Al salir de clases, mi mirada lo buscaba en el camino de regreso y él, ahí estaba. Creo sentir su compañía cuando salía a pasear en mi triciclo azul (el mismo color que fue mi cuna) llevando el manubrio, me transportaba por un mundo para mi gigante, pero que no pasaba de ser la acera de la manzana de la casa, a la velocidad que sus pies lograban ganarle a los pedales. Entendí entonces que un gran sentimiento nos uniría para siempre; en casa le decían Mono Yado. Ha pasado el tiempo y hasta nuestros días siento el mismo aroma cálido de su cariño cuando nos encontramos.
Aquel tesoro invaluable que es la amistad, lo conocí también a través de una gran persona, nos hicimos amigas en la adolescencia, al parecer nada en común nos unía, nunca estudiamos en el mismo colegio, ni tan siquiera compartíamos los juegos, fue quizá esa gran alquimia de antagonismos que nos empezó a juntar sin darnos cuenta.
Mi negra, se convirtió en una extensión de mi persona, mi cómplice y todos sus sinónimos posibles: mi encubridora, mi secuaz, mi compinche; ríe conmigo en mis alegrías, llora con mis desventuras, es la persona más dulce y tierna que ha acompañado mi vida estos tantos años, leal, sincera y cálida, me entiende más de lo que yo misma me entiendo.
Una gran fuerza de amor une nuestras vidas y nuestros corazones y aun cuando el tiempo, la distancia, nuestras propias y personales ocupaciones han puesto tierra de por medio, este gran sentimiento permanece indeleble y creo que así será, sin temor a equivocarme, hasta que la muerte nos separe.
No puedo quejarme por falta de amor o de amistad, por falta de cariño, sinceridad y aprecio, son innumerables las muestras de afecto que en mi vida he encontrado, cada persona, en cada época ha tenido un trascendente significado, el cual espero revelar a medida que me acompañen en este compartir de mis relatos…
No puedo quejarme por falta de amor o de amistad, por falta de cariño, sinceridad y aprecio, son innumerables las muestras de afecto que en mi vida he encontrado, cada persona, en cada época ha tenido un trascendente significado, el cual espero revelar a medida que me acompañen en este compartir de mis relatos…
sábado, 11 de septiembre de 2010
REFLEXIONANDO
Una vez más caminando por los callejones de mi memoria, vienen a mí, evocaciones de mi vida, sentimientos, nostalgias…Cada vez se vuelve más complicado vivir. Cuando niños, todo era más fácil, con todos los sinsabores, cuidados, restricciones, aun así, aquellos momentos fueron más manejables. Claro está que con lo que he aprendido estos últimos años, me he dado cuenta que la vida se la complica uno mismo buscando por cada rincón involucrarse en enredadas situaciones que lo único que consiguen es atarlo a un mundo prestado.
Siendo como era, la voz contraria del pueblo, adquirí cierta destreza en revelarme a cuanto se me impusiera y no faltaba la ocasión para disgustar a mi papá con mi comportamiento, no era una mala chica, lo que pasa es que al parecer tenía en mente muchos proyectos para mi vida y todos ellos disentían con los planes de futuro que mi padre tenía para mi, al final creo que terminamos frustrados ambos, él por no poder hacer de mí, la persona que quería y yo, por no poder hacer de mí, la persona que yo quería. Tendré además siempre la duda de aquello que pude haber sido y no fui, dicen que nunca es tarde, pero para éstas épocas ya ha corrido mucha agua debajo del puente y se han perdido en el camino, las migas de pan que fui dejando para no perderme en el regreso.
Hoy solo quiero hablar de sentimientos, sentimientos que tuve, que tengo, que quizá podré tener. Cuando estábamos todos en casa, la sensación de seguridad y tranquilidad me impedía ver que había un mundo afuera, al cual yo tendría que enfrentarme algún día, nunca siquiera lo pensé, tampoco pensé en consecuencias, jamás entendí razones que no fueran las mías propias. Nos dicen que para ser unas personas de bien debemos prepararnos para ello, me pregunto yo ¿quién te puede preparar? ¿Quién está preparado? Pensamos en nuestros padres, pobres padres, (me incluyo en esta labor) pobres aquellos seres indefensos y vulnerables que pretenden criar a los hijos a su imagen y semejanza, quitando algunos detalles de la suya propia, añadiendo otros, queriendo siempre que actúen de manera razonable y adulta tengan sus hijos la edad que tangan. En la actualidad fácilmente comprendo la sensación de seguridad que siente mi niña al ir de mi mano por estas inseguras calles de la ciudad, no se imagina ¡como me hace falta! asirme a la mano de mi propio destino.
Tiempo atrás no consideramos el esfuerzo de nuestros padres por darnos una vida mejor en todo sentido y lo único que hacemos es revelarnos a sus órdenes y a sus orientaciones. Ya vendrá su momento solían decir, y es que a todos nos llega el momento, el momento de entender lo inentendible, el momento de encontrar respuestas tardías a nuestras innumerables preguntas sobre la vida. Los caminos que elegimos para orientar nuestros destinos no siempre son lo que soñamos, mucho menos los que soñaron nuestros padres para nosotros, sin embargo son las rutas que una vez tomadas no tienen camino de regreso, no se puede desandar lo andado, ni tan siquiera para recoger nuestros pasos.
Muchas veces he transitado por divagaciones que me llevan a desear cambiar algunas de mis actuaciones frente a un hecho determinado de vida, pero es como pretender encontrar una lámpara mágica que nos conceda tres deseos y fíjense bien que soñamos tres, porque si solo soñamos con uno, el bendito genio nos la pone muy difícil porque no sabremos si anteponer nuestros intereses personales a los del mundo y en ese sentido nos quedaría un mal sabor para disfrutar plenamente del gran deseo de nuestras vidas. Quiero hoy hacer las veces de genio de la lámpara y permitirles soñar con un deseo, cuál elegirían?, son lo que soñaron ser? Están haciendo lo que soñaron hacer? están viviendo lo que soñaron vivir?
Por mi parte al presente solamente quiero disfrutar la posibilidad que se me ha dado de “poder” SER, cualquiera que sea la acepción que se le impute a esa pequeña pero compleja palabra , ser en mi casa, ser en el amor, ser madre, ser hermana, ser hija, ser profesional, ser persona, ser amiga y así en cada papel que tenga que desempeñar, pero lo más satisfactorio de poder ser es dejar SER a los demás y más placentero aún, poder aportar con un granito de arena al reconocimiento de ese SER maravilloso que somos todos los que habitamos en este Universo. Así pues las situaciones planteadas, vivámonos, deleitémonos y amémonos con nuestra propia sensación de SER en nuestras vidas.
sábado, 17 de julio de 2010
VACACIONES CREATIVAS
Para estas épocas, se respiraba en casa un cierto aire de ocio, con el que mi padre, por supuesto, no comulgaba; al parecer las vacaciones escolares no le agradaban y mucho menos, vernos sin actividades. Para suplir este pequeño inconveniente, nos levantaba temprano en la mañana y aún cuando teníamos en casa el servicio domestico adecuado, mi papá nos exigía que en vacaciones cada uno arreglara su cuarto, a excepción de los hombres, cuyos cuartos teníamos que organizar las mujeres, de tal manera que al salir para la oficina todos estuviésemos listos para una jornada de trabajo. Creo que de alguna forma esta costumbre condicionó mi organismo, de tal suerte que no puedo dejar de madrugar, aun cuando ahora no tenga quién vigile mis tareas.
Pero la madrugada no era todo, además de arreglar nuestros cuartos, algunos días teníamos que hacer planas, los más grandes en la máquina de escribir y a mano los pequeños: jf fj jf fj jf fj y otras letricas por el estilo. Con los avances de hoy en día, cómo hubiera sido de fácil, una fj, le daba copiar y podríamos imprimir miles de planas; cómo nos fue tardía la tecnología en nuestra niñez.
Otra de las tareas era la lectura, teníamos que hacerle un pequeño resumen a mi papá del libro que habíamos leído, esta labor no era del todo tediosa, porque una vez tomado el libro, ya era muy difícil dejarlo; aprendimos con ello a gustar de toda clase de literatura, a ampliar nuestros horizontes mas allá del barrio, más allá de nuestra tierra, más allá de la vida misma… al leer o escuchar los resúmenes que hacíamos, se encargaba de corregir la ortografía, la adecuada expresión, su correspondiente dicción entre otras cosas; y no solo de la palabra en la que incurríamos en el error, sino que nos daba cátedra de la norma general. Todas estas cosas de las que renegábamos en su momento, nos han sido de mucha utilidad a lo largo de nuestra vida.
Como las vacaciones eran largas, oficio no nos faltaba; Para continuar con las labores, compró mi papá unas especie de mallas de varios tamaños y colores, con dibujos pintados en el centro, dibujos éstos que orientaban acerca del color que habíamos de trabajar, eran nada menos y nada más que unos tapetes, los cuales se bordaban con agujetas especiales de cabo azul (aún las conservo), la tarea consistía en cortar lanitas del color de la guía, mi hermano enrollaba la lana en una regla y cortaba tiras de varias tonalidades dependiendo del tapete que bordaríamos. Nos ubicábamos en un sofá-cama grande que había en el corredor del segundo piso, mi hermana mayor extendía el tapete sobre sus piernas, y alrededor cada uno de nosotros, incluido mi hermano tomábamos un “ladito” para trabajar, era muy agradable una vez que comenzábamos, porque de alguna manera éstas labores conjuntas nos permitían compartir una vez más en familia.
Hicimos muchos tapetes a lo largo de nuestras vacaciones, tapetes coloridos y mullidos, era delicioso envolvernos en ellos y resbalar por las gradas en competencias, o tirarnos de “barriga” en el corredor sobre los benditos tapetes, tal como lo hacen los jugadores de futbol sobre el pasto para celebrar una buena jugada.
[En esta fotografia falta mi hermana Nena...(qepd)]
Pero no todo el tiempo fue de trabajo, mis hermanos nos enseñaron a hacer unas “cachas” con las tapas de gaseosa, se rellenaba las tapitas con barro o con cascara de naranja fresca y se ubicaban en una marca, al filo de la duela en la sala, el juego consistía en dar “tingazos” a la “cacha” a lo largo de toda la duela de la sala, sin que se salga de la línea, si así ocurría o si rosaba la línea tenía que iniciar de nuevo el trayecto. Esta también era una gran oportunidad para compartir juntos ya que dada la simplicidad del juego no requería una edad específica ni para arriba ni para abajo, de tal manera que todos podíamos participar, además el ancho de la sala nos era muy propicio.
Recordé todo esto hoy, porque al ver a mi hija durmiendo hasta tarde en vacaciones, subí su desayuno para despertarla (no precisamente temprano) y después de darle un beso le pedí que cuando se levante organice su habitación y aun somnolienta me dijo las misma frase que solíamos repetir cuando nos despertaban: “¿es que los papás no pueden ver a los hijos felices y desocupados en vacaciones?” Lo que no sabe mi niña, es cuán importantes fueron esos momentos en la vida de su mamá, sobretodo porque a través de ellos es que pudimos aprender a amarnos, tolerarnos y ser cómplices entre hermanos, cubriéndonos las espaldas entre todos porque de alguna manera somos una misma alma que sufre son el sufrimiento del otro y se alegra con sus triunfos y logros. Qué bello es poder descubrir que con el paso de los años, y a veces con mucha distancia de por medio, nuestros corazones siempre están dispuestos a albergar buenos y nobles sentimientos por cada uno de los hermanos que conformamos la familia Patiño. Cómo es de bello poder decir a boca llena cuánto amo a mis hermanos y cuan feliz soy de poder saberlos unidos a mi por un hilo invisible de amor y fraternidad por siempre.
Pero la madrugada no era todo, además de arreglar nuestros cuartos, algunos días teníamos que hacer planas, los más grandes en la máquina de escribir y a mano los pequeños: jf fj jf fj jf fj y otras letricas por el estilo. Con los avances de hoy en día, cómo hubiera sido de fácil, una fj, le daba copiar y podríamos imprimir miles de planas; cómo nos fue tardía la tecnología en nuestra niñez.
Otra de las tareas era la lectura, teníamos que hacerle un pequeño resumen a mi papá del libro que habíamos leído, esta labor no era del todo tediosa, porque una vez tomado el libro, ya era muy difícil dejarlo; aprendimos con ello a gustar de toda clase de literatura, a ampliar nuestros horizontes mas allá del barrio, más allá de nuestra tierra, más allá de la vida misma… al leer o escuchar los resúmenes que hacíamos, se encargaba de corregir la ortografía, la adecuada expresión, su correspondiente dicción entre otras cosas; y no solo de la palabra en la que incurríamos en el error, sino que nos daba cátedra de la norma general. Todas estas cosas de las que renegábamos en su momento, nos han sido de mucha utilidad a lo largo de nuestra vida.
Como las vacaciones eran largas, oficio no nos faltaba; Para continuar con las labores, compró mi papá unas especie de mallas de varios tamaños y colores, con dibujos pintados en el centro, dibujos éstos que orientaban acerca del color que habíamos de trabajar, eran nada menos y nada más que unos tapetes, los cuales se bordaban con agujetas especiales de cabo azul (aún las conservo), la tarea consistía en cortar lanitas del color de la guía, mi hermano enrollaba la lana en una regla y cortaba tiras de varias tonalidades dependiendo del tapete que bordaríamos. Nos ubicábamos en un sofá-cama grande que había en el corredor del segundo piso, mi hermana mayor extendía el tapete sobre sus piernas, y alrededor cada uno de nosotros, incluido mi hermano tomábamos un “ladito” para trabajar, era muy agradable una vez que comenzábamos, porque de alguna manera éstas labores conjuntas nos permitían compartir una vez más en familia.
Hicimos muchos tapetes a lo largo de nuestras vacaciones, tapetes coloridos y mullidos, era delicioso envolvernos en ellos y resbalar por las gradas en competencias, o tirarnos de “barriga” en el corredor sobre los benditos tapetes, tal como lo hacen los jugadores de futbol sobre el pasto para celebrar una buena jugada.
[En esta fotografia falta mi hermana Nena...(qepd)]
Pero no todo el tiempo fue de trabajo, mis hermanos nos enseñaron a hacer unas “cachas” con las tapas de gaseosa, se rellenaba las tapitas con barro o con cascara de naranja fresca y se ubicaban en una marca, al filo de la duela en la sala, el juego consistía en dar “tingazos” a la “cacha” a lo largo de toda la duela de la sala, sin que se salga de la línea, si así ocurría o si rosaba la línea tenía que iniciar de nuevo el trayecto. Esta también era una gran oportunidad para compartir juntos ya que dada la simplicidad del juego no requería una edad específica ni para arriba ni para abajo, de tal manera que todos podíamos participar, además el ancho de la sala nos era muy propicio.
Recordé todo esto hoy, porque al ver a mi hija durmiendo hasta tarde en vacaciones, subí su desayuno para despertarla (no precisamente temprano) y después de darle un beso le pedí que cuando se levante organice su habitación y aun somnolienta me dijo las misma frase que solíamos repetir cuando nos despertaban: “¿es que los papás no pueden ver a los hijos felices y desocupados en vacaciones?” Lo que no sabe mi niña, es cuán importantes fueron esos momentos en la vida de su mamá, sobretodo porque a través de ellos es que pudimos aprender a amarnos, tolerarnos y ser cómplices entre hermanos, cubriéndonos las espaldas entre todos porque de alguna manera somos una misma alma que sufre son el sufrimiento del otro y se alegra con sus triunfos y logros. Qué bello es poder descubrir que con el paso de los años, y a veces con mucha distancia de por medio, nuestros corazones siempre están dispuestos a albergar buenos y nobles sentimientos por cada uno de los hermanos que conformamos la familia Patiño. Cómo es de bello poder decir a boca llena cuánto amo a mis hermanos y cuan feliz soy de poder saberlos unidos a mi por un hilo invisible de amor y fraternidad por siempre.
domingo, 20 de junio de 2010
DE CACERÍA
De los momentos que de niña disfrutaba muchísimo, era acompañar a mi hermano Jaime de cacería (hoy me cuesta reconocer tan deleznable hecho). Deletreando la palabra, suena escalofriante, sobre todo porque ustedes quizá podrían imaginar, que en las paredes de su habitación, cual trofeos, se exhibirían los cuernos de alces, cabezas de tigres y pieles de leopardo. No se confundan amigos, les contaré con detalle el ansiado momento.
En una de las gavetas de su armario, muy escondido en lo alto, debajo de su ropa, celosamente guardada, mi hermano ocultaba una caja amarilla, no tan grande, repleta de una especie de balas, similares a los castillos con los que jugábamos monopolio, pero mucho más pequeñas y de color gris. Colgada en la pared, una “temible escopeta” a la que no me atrevía tan siquiera acercarme; me parecía que mi hermano era muy valiente, muy hábil, lo admiraba mucho, porque él sabía hacer muchas cosas: él armaba, desarmaba, inventaba, creaba, construía, negociaba, arreglaba; su imaginación siempre fue un poco desbordada, soñador, sentimental, pero por sobre todas las cosas era muy tierno y conmovible con las personas no obstante las pruebas de lo que estoy narrando, lo condenen.
Para mí, era mi hombre de la casa, anhelaba ser su compañera de aventuras, pero por ser de las menores poco caso me hacía, sin embargo ahí estaba yo, presta a seguirlo en sus cacerías. Cuando el día anterior decía que saldría a cazar, tímidamente le pedía que me hiciera acompañarlo y prometía ser su auxiliar y obedecer en lo que mandase.
Siempre fui un tanto ansiosa, así que la noche anterior casi no podía dormir, pensando en la aventura que a su lado viviría. Después de una larga noche, muy temprano en la mañana ya estaba lista para la travesía, y me disponía a alistar los implementos a utilizar. Abría el primer y segundo cajón de su armario, para usarlo como gradas y poder acceder al escondite de los “diábolos”. Esto de las escaleras era usual, ya que era la única manera de poder "esculcar" en los cajones de todos, inclusive en el recinto sagrado que era considerado el clóset de mi mami y mi papá; volviendo al cuento (como dice mi madre siempre que la interrumpo en sus historias), se terciaba la flamante escopeta, me tomaba de la mano y salíamos a unas montañas en donde se erigía el acueducto de mi ciudad
Me parecía que recorríamos grandes distancias, pero ya estaba acostumbrada. Además, por la emoción del asunto que me llevaba, no me fijaba en que como siempre, el zapato había hecho de las suyas y se había alimentado con mi media, “tragándose” en cada paso toda la media, amontonándola en la punta. Nunca he sabido el por qué siempre me ha ocurrido esto, pensaban que era por el resorte, pero aun con las prendas nuevas, pasaba lo mismo, el zapato se come mi media y aún no supero ese mal.
Al llegar a la montaña, mi hermano se acostaba en la hierba, me pedía absoluto silencio, y cuando en alguna copa de un árbol sentía que algo se movía, acercaba el arma a su hombro, cerraba un ojo y “pun” disparaba; se sentía un aletear y su posterior caída al suelo, yo corría como si fuera el galgo del rey a recoger la presa, una vez reunidas varias tórtolas y cuanto pájaro se atravesaba, regresaba airosa y se la entregaba a mi hermano quien las guardaba en un maletín y volvíamos a casa.
Ya en casa, sacaba mi hermano a las empleadas de la cocina y él mismo desplumaba las avecitas, les quitaba la bala que cortó su aliento y en una olla las ponía a cocinar, recuerdo que esos caldos eran salados y achotados cual mas, pero eso sí, todas probábamos el delicioso caldito, aún con la pena por el pajarito muerto, no dejábamos de degustar el “pernilito” del tamaño de una pulgada que había sazonado mi hermano en sus artes culinarias. Lo dicho, mi hermano era mi héroe, ¡si hasta cocinar sabía!, qué bueno que por esta vez, me eligiera a mí para ser su auxiliar, por el momento me sentía orgullosa y podía contar a mis amigos del barrio que mi hermano me hizo disparar el arma y que estuve a punto de traer como trofeo el pico de alguna desprevenida ave para colgarlo en la pared.
En la actualidad, aún cuando es escaso el tiempo que comparto con mi hermano dadas sus ocupaciones, nos llena mas el alma escuchar el trinar de un pajarito revoloteando en la fuente de su casa, que verlo preparado en un caldito
En una de las gavetas de su armario, muy escondido en lo alto, debajo de su ropa, celosamente guardada, mi hermano ocultaba una caja amarilla, no tan grande, repleta de una especie de balas, similares a los castillos con los que jugábamos monopolio, pero mucho más pequeñas y de color gris. Colgada en la pared, una “temible escopeta” a la que no me atrevía tan siquiera acercarme; me parecía que mi hermano era muy valiente, muy hábil, lo admiraba mucho, porque él sabía hacer muchas cosas: él armaba, desarmaba, inventaba, creaba, construía, negociaba, arreglaba; su imaginación siempre fue un poco desbordada, soñador, sentimental, pero por sobre todas las cosas era muy tierno y conmovible con las personas no obstante las pruebas de lo que estoy narrando, lo condenen.
Para mí, era mi hombre de la casa, anhelaba ser su compañera de aventuras, pero por ser de las menores poco caso me hacía, sin embargo ahí estaba yo, presta a seguirlo en sus cacerías. Cuando el día anterior decía que saldría a cazar, tímidamente le pedía que me hiciera acompañarlo y prometía ser su auxiliar y obedecer en lo que mandase.
Siempre fui un tanto ansiosa, así que la noche anterior casi no podía dormir, pensando en la aventura que a su lado viviría. Después de una larga noche, muy temprano en la mañana ya estaba lista para la travesía, y me disponía a alistar los implementos a utilizar. Abría el primer y segundo cajón de su armario, para usarlo como gradas y poder acceder al escondite de los “diábolos”. Esto de las escaleras era usual, ya que era la única manera de poder "esculcar" en los cajones de todos, inclusive en el recinto sagrado que era considerado el clóset de mi mami y mi papá; volviendo al cuento (como dice mi madre siempre que la interrumpo en sus historias), se terciaba la flamante escopeta, me tomaba de la mano y salíamos a unas montañas en donde se erigía el acueducto de mi ciudad
Me parecía que recorríamos grandes distancias, pero ya estaba acostumbrada. Además, por la emoción del asunto que me llevaba, no me fijaba en que como siempre, el zapato había hecho de las suyas y se había alimentado con mi media, “tragándose” en cada paso toda la media, amontonándola en la punta. Nunca he sabido el por qué siempre me ha ocurrido esto, pensaban que era por el resorte, pero aun con las prendas nuevas, pasaba lo mismo, el zapato se come mi media y aún no supero ese mal.
Al llegar a la montaña, mi hermano se acostaba en la hierba, me pedía absoluto silencio, y cuando en alguna copa de un árbol sentía que algo se movía, acercaba el arma a su hombro, cerraba un ojo y “pun” disparaba; se sentía un aletear y su posterior caída al suelo, yo corría como si fuera el galgo del rey a recoger la presa, una vez reunidas varias tórtolas y cuanto pájaro se atravesaba, regresaba airosa y se la entregaba a mi hermano quien las guardaba en un maletín y volvíamos a casa.
Ya en casa, sacaba mi hermano a las empleadas de la cocina y él mismo desplumaba las avecitas, les quitaba la bala que cortó su aliento y en una olla las ponía a cocinar, recuerdo que esos caldos eran salados y achotados cual mas, pero eso sí, todas probábamos el delicioso caldito, aún con la pena por el pajarito muerto, no dejábamos de degustar el “pernilito” del tamaño de una pulgada que había sazonado mi hermano en sus artes culinarias. Lo dicho, mi hermano era mi héroe, ¡si hasta cocinar sabía!, qué bueno que por esta vez, me eligiera a mí para ser su auxiliar, por el momento me sentía orgullosa y podía contar a mis amigos del barrio que mi hermano me hizo disparar el arma y que estuve a punto de traer como trofeo el pico de alguna desprevenida ave para colgarlo en la pared.
En la actualidad, aún cuando es escaso el tiempo que comparto con mi hermano dadas sus ocupaciones, nos llena mas el alma escuchar el trinar de un pajarito revoloteando en la fuente de su casa, que verlo preparado en un caldito
sábado, 12 de junio de 2010
A MI PADRE
Hoy, al despertar, mi mente trajo a la vida el recuerdo de mi padre, en la mayoría de mis historias él ha estado presente, en este día desearía dedicarle mis notas y mis evocaciones expresamente a él.
Sabemos ya, que de alguna manera somos inmortales, pues nuestro espíritu trasciende diferentes dimensiones, no obstante, los hijos siempre pensamos que nuestros padres son físicamente eternos, y no es que no hayamos pensado en la muerte, lo que pasa, es que se tiene aquella creencia, que el “mundo queda muy lejos” y todas las cosas que se ven en las noticias sobre fallecimientos, enfermedades, guerras, dolor, accidentes, nunca nos tocaran de frente a la puerta.
Cuando lo vi en el hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos, con ese bip, bip ensordecedor que daba cuenta de los latidos de su corazón, su rostro pálido acompañado de una sonrisa temerosa por el desasosiego que le causaba la sola idea de tener que dejarnos, aún en ese momento, pensé que un hombre como él, no se dejaría vencer ni por la muerte…me tomaba de la mano y me decía que ojalá se le diera una oportunidad más, para seguir siendo felices juntos. Fue la única vez que vi miedo reflejado en el semblante de mi “cusunguerito” (nombre cariñoso que le decía siendo niña), pero no era miedo a la muerte, era el temor de saberse quizá vulnerable a la vida. Jamás pensé que mi padre me pudiera faltar. De hecho, pensé que en realidad el “mundo quedaba muy, muy lejos”.
Para mí, fue el año de la fatalidad, seis meses antes, sufrimos la pérdida de mi hermana mayor y se sumó un hecho personal, que no viene a colación detallar, que hizo que mi hogar, el que me había tomado algunos buenos años formar y que suponía estable, se derrumbara ante mis ojos.
Pero bueno, la idea no era retratar mis propias angustias, ya que el protagonista de este relato sería mi padre. Para quienes no lo conocieron trataré de plasmar en palabras, la grandeza de un hombre como Leonel Patiño-González, un nombre del qué jactarse a la hora de los reconocimientos, refinado, trabajador, galante, estricto, intachable, un señor en todo el sentido de la palabra, era la carta de presentación en cualquier actividad de nuestra vida, a veces era un poco incómodo no depender de nuestra propia valía, porque al saber que éramos hijos de mi padre se abrían las puertas de par en par para darnos cabida, aún cuando ni nuestros nombres eran entonces importantes, orgullosamente levantábamos la cabeza por aquel estandarte que la vida nos otorgó. Pero así como nos llenábamos la boca al pronunciar su nombre, también fue un reto muy difícil en nuestro diario vivir, sobre todo porque él quiso de nosotros la excelencia, un gran inconveniente a la hora de las comparaciones con su brillante intelecto.
Si bien es cierto que algunos de mis hermanos tuvieron que vérselas con un papá estricto; no resten esfuerzo a mi lucha, pues fui la que se quedó sola en casa con él por más tiempo, de tal manera que su atención se volcó en mi educación, aunque resulté ser un hueso duro de roer, no renunció y logramos juntos terminar la carrera profesional que él escogió para mi, profesión que me permitió darle gran orgullo y satisfacción.
En esta ocasión no se puede decir que el alumno superó al maestro, era una situación muy complicada el siquiera intentarlo, y no porque él no quisiera, sino porque era una tarea muy difícil, mi papá sabía de todo cuanto le preguntaran y si no lo sabía, su inteligencia era tal, que nadie nunca se enteró de esas limitaciones, tenía la palabra oportuna, el consejo adecuado, como él mismo decía “yo soy del siglo veintiuno” cuando aún no soñábamos ni con pisar el tal siglo. Le gustaba disfrutar de las cosas buenas, no era de aquellos que guarda la mejor vajilla o el mejor cubierto para ocasiones especiales, todos los días eran especiales y según sus mismas palabras “si no me sirven un café en la mejor vajilla de la casa para mi…no la sirven para nadie”. De él aprendimos esa cierta arrogancia por nuestro apellido, por nuestras costumbres por nuestra tierra y nuestra comida, pero esa arrogancia dificultaba la aceptación de muchos de nuestros amigos por no ser de “rancio abolengo”; de niña y adolescente no tenía problemas con desobedecerle y añadir a la lista de mis enamorados uno que otro “plebeyo”, no sé si por llevarle la contraria o porque siguiendo mi corazón y mi destino andaba camino a la perdición de “mi estirpe”. Con el tiempo, en realidad me perdí por no saber a dónde pertenecer.
Son muchas las cosas que mi padre nos enseñó, pero por sobre todas las cosas el amor a la familia, el hizo denodados esfuerzos por consolidar la relación con su propia familia, aún cuando con sus hermanos los unía la gran aventura que fue su vida juntos, no logró bajo nuevas y mejores condiciones unirse en gran fraternidad con ellos, esa fue su gran frustración.
Mi papá tuvo muchos desatinos en la difícil crianza de nosotros sus hijos, al menos eso era lo que pensábamos cuando aún no éramos padres, gracias a esos desaciertos, hoy en este nuevo siglo, aplicamos las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos dichos para educar a nuestros hijos. Bien decía mi papito que era un hombre del siglo veintiuno…
Sabemos ya, que de alguna manera somos inmortales, pues nuestro espíritu trasciende diferentes dimensiones, no obstante, los hijos siempre pensamos que nuestros padres son físicamente eternos, y no es que no hayamos pensado en la muerte, lo que pasa, es que se tiene aquella creencia, que el “mundo queda muy lejos” y todas las cosas que se ven en las noticias sobre fallecimientos, enfermedades, guerras, dolor, accidentes, nunca nos tocaran de frente a la puerta.
Cuando lo vi en el hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos, con ese bip, bip ensordecedor que daba cuenta de los latidos de su corazón, su rostro pálido acompañado de una sonrisa temerosa por el desasosiego que le causaba la sola idea de tener que dejarnos, aún en ese momento, pensé que un hombre como él, no se dejaría vencer ni por la muerte…me tomaba de la mano y me decía que ojalá se le diera una oportunidad más, para seguir siendo felices juntos. Fue la única vez que vi miedo reflejado en el semblante de mi “cusunguerito” (nombre cariñoso que le decía siendo niña), pero no era miedo a la muerte, era el temor de saberse quizá vulnerable a la vida. Jamás pensé que mi padre me pudiera faltar. De hecho, pensé que en realidad el “mundo quedaba muy, muy lejos”.
Para mí, fue el año de la fatalidad, seis meses antes, sufrimos la pérdida de mi hermana mayor y se sumó un hecho personal, que no viene a colación detallar, que hizo que mi hogar, el que me había tomado algunos buenos años formar y que suponía estable, se derrumbara ante mis ojos.
Pero bueno, la idea no era retratar mis propias angustias, ya que el protagonista de este relato sería mi padre. Para quienes no lo conocieron trataré de plasmar en palabras, la grandeza de un hombre como Leonel Patiño-González, un nombre del qué jactarse a la hora de los reconocimientos, refinado, trabajador, galante, estricto, intachable, un señor en todo el sentido de la palabra, era la carta de presentación en cualquier actividad de nuestra vida, a veces era un poco incómodo no depender de nuestra propia valía, porque al saber que éramos hijos de mi padre se abrían las puertas de par en par para darnos cabida, aún cuando ni nuestros nombres eran entonces importantes, orgullosamente levantábamos la cabeza por aquel estandarte que la vida nos otorgó. Pero así como nos llenábamos la boca al pronunciar su nombre, también fue un reto muy difícil en nuestro diario vivir, sobre todo porque él quiso de nosotros la excelencia, un gran inconveniente a la hora de las comparaciones con su brillante intelecto.
Si bien es cierto que algunos de mis hermanos tuvieron que vérselas con un papá estricto; no resten esfuerzo a mi lucha, pues fui la que se quedó sola en casa con él por más tiempo, de tal manera que su atención se volcó en mi educación, aunque resulté ser un hueso duro de roer, no renunció y logramos juntos terminar la carrera profesional que él escogió para mi, profesión que me permitió darle gran orgullo y satisfacción.
En esta ocasión no se puede decir que el alumno superó al maestro, era una situación muy complicada el siquiera intentarlo, y no porque él no quisiera, sino porque era una tarea muy difícil, mi papá sabía de todo cuanto le preguntaran y si no lo sabía, su inteligencia era tal, que nadie nunca se enteró de esas limitaciones, tenía la palabra oportuna, el consejo adecuado, como él mismo decía “yo soy del siglo veintiuno” cuando aún no soñábamos ni con pisar el tal siglo. Le gustaba disfrutar de las cosas buenas, no era de aquellos que guarda la mejor vajilla o el mejor cubierto para ocasiones especiales, todos los días eran especiales y según sus mismas palabras “si no me sirven un café en la mejor vajilla de la casa para mi…no la sirven para nadie”. De él aprendimos esa cierta arrogancia por nuestro apellido, por nuestras costumbres por nuestra tierra y nuestra comida, pero esa arrogancia dificultaba la aceptación de muchos de nuestros amigos por no ser de “rancio abolengo”; de niña y adolescente no tenía problemas con desobedecerle y añadir a la lista de mis enamorados uno que otro “plebeyo”, no sé si por llevarle la contraria o porque siguiendo mi corazón y mi destino andaba camino a la perdición de “mi estirpe”. Con el tiempo, en realidad me perdí por no saber a dónde pertenecer.
Son muchas las cosas que mi padre nos enseñó, pero por sobre todas las cosas el amor a la familia, el hizo denodados esfuerzos por consolidar la relación con su propia familia, aún cuando con sus hermanos los unía la gran aventura que fue su vida juntos, no logró bajo nuevas y mejores condiciones unirse en gran fraternidad con ellos, esa fue su gran frustración.
Mi papá tuvo muchos desatinos en la difícil crianza de nosotros sus hijos, al menos eso era lo que pensábamos cuando aún no éramos padres, gracias a esos desaciertos, hoy en este nuevo siglo, aplicamos las mismas palabras, los mismos gestos, los mismos dichos para educar a nuestros hijos. Bien decía mi papito que era un hombre del siglo veintiuno…
lunes, 7 de junio de 2010
REENCUENTRO
Por hoy, queridos amigos y lectores quisiera compartir un texto que se publicó en un diario local en mi adorada ciudad con motivo de un anivesario mas de graduadas de la secundaria. Sin mas dilaciones comenzaré...
Hoy me siento afortunada al reencontrar en cada una de mis compañeras de colegio una etapa amada, añorada y nunca olvidada. Desearía recrear todos los momentos que hace mas de 25 años permanecen en mi memoria, cada sonrisa, cada llanto, cada travesura, cada rostro transporta mi alma a mi amado Liceo de la Merced Centro. Creo que puedo ser una vocera de las evocaciones que llegan a cada una de nosotras, tan solo con recordar nuestra niñez en compañía de La Hermana Floralba, la rectora, quien en procura de mantener el orden, y la uniformidad de su colegio revisaba que no llegue alumna sin delantal y mucho menos sin firmar la lista de deberes; ni hablar de la señorita Ana Lucia quien subida en sus enormes plataformas cumplía con lujo de detalles tal tarea en la puerta del salón.
Vienen a mi memoria, las campanadas que anunciaban el tan anhelado recreo y al que en estampida salíamos para poder alcanzar el mejor puesto, ya en la tienda, ya en los peleados columpios; era a estas horas, cuando se podía ver quiénes de las compañeras habían transgredido las reglas del juego y se les castigaba arriba, en el corredor, mirando hacia la pared, escuchando los gritos y juegos de quienes si cumplíamos con todas las labores encomendadas.
No podemos olvidar el santo rosario los miércoles, el que con tanta devoción parecía que rezábamos, mas pensando en la clase que habíamos perdido que en lo que éstas oraciones nos podrían hacer alcanzar el paraíso…..pero que mejor paraíso que esa bella época en la que nuestra única obligación era ser felices y estudiar? Bastaba tan poco para ser felices: participar en las misiones con la hermana Teresa y las famosas pescas milagrosas, atando un cordel a una canasta la que se lanzaba desde el corredor hacia el patio donde por algún dinero se pagaba una que otra sorpresa; en el coro con sor Celina de la Dolorosa, quien antes de comenzar el ensayo nos encomendaba a Santa Lucía, la pobre Santa creo que no tenía otra alternativa que protegernos por la manera autoritaria que le exigía la estricta reverenda, con la hermana Olga aprender costura, la ingenua hermana no se daba cuenta de la tertulia en la que se había convertido el costurero; ayudar de vez en cuando en el dispensario, aprendernos absolutamente todas las estrofas del himno y rezar para que no nos tocara en suerte recitarlas frente a tan numeroso público; llegar a tiempo a formar filas en el patio antes de entrar a clase y que el botón de la camisa mantuviera cubierto cualquier intento de mostrar el cuello, ayudar a la señorita Rosita a llevar de la mano a las niñas de kínder hacia el transporte y por supuesto hacer todas las tareas y estudiar las lecciones.
Y así, hasta que no hicimos “grandes” y entramos a Bachillerato, a nuestro bien amado Liceo de la Merced Maridiaz. Para entonces, el bendito botón de la camisa ya se podía abrir; en los patios, el recreo era menos congestionado porque extensos prados nos servían de playa de veraneo y bronceo, aunque no olvido, que la hermanita que cuidaba el museo del colegio, con un bastón, nos bajaba el uniforme y nos pedía decencia en el recinto, y las barras en las que como monos de circo trepábamos con una facilidad que hoy por hoy me asombra. Pero no todo era juego, había momentos de seriedad, en que acompañados por Clarita, nuestra profesora de Sociales y geografía conocimos los limites de nuestros territorios, con Mariacruz, aprendimos un poco de perspectiva en el dibujo, Melbita que nos hacia filosofar, el Luchito con su trigonometría y sus chistes flojos nos hacía temblar, nuestro serio y muy señor profesor Argoti con sus exámenes sorpresa para sacar 1 o 10, no había términos medios, el adorado químico que a más de una compañera arrebato uno que otro suspiro, Floralba, con sus ensaladas y sus platillos en francés, los Aizaga padres e hijos, dueños y señores de la educación física del colegio y sus benditos saltos en vallas y en el burro, pretendiendo que en un futuro seamos gimnastas profesionales; no podemos dejar a un lado el famoso lema de la Hermana Rosa Adela “Me nesheshitas te nesheshito” cuya particular pronunciación siempre acompaño estas palabras.
En fin, son muchas las cosas que aún quedan sin escribir de todo lo vivido, porque no se puede resumir en un corto texto las hermosas vivencias de nuestra vida en el colegio; cada día era una nueva experiencia. Reunirnos después de 25 años de graduadas, fortaleció nuestros vínculos como familia Franciscana, orgullosas de serlo, de haber compartido juntas estudios, juegos, alegría y llantos. Quiera el creador de nuestras vidas y acontecimientos, que éstos vínculos permanezcan incólumes durante el resto de nuestras vidas y así, con cada reencuentro volver a ser las niñas y adolescentes que llevamos guardadas en nuestros corazones.
Hoy me siento afortunada al reencontrar en cada una de mis compañeras de colegio una etapa amada, añorada y nunca olvidada. Desearía recrear todos los momentos que hace mas de 25 años permanecen en mi memoria, cada sonrisa, cada llanto, cada travesura, cada rostro transporta mi alma a mi amado Liceo de la Merced Centro. Creo que puedo ser una vocera de las evocaciones que llegan a cada una de nosotras, tan solo con recordar nuestra niñez en compañía de La Hermana Floralba, la rectora, quien en procura de mantener el orden, y la uniformidad de su colegio revisaba que no llegue alumna sin delantal y mucho menos sin firmar la lista de deberes; ni hablar de la señorita Ana Lucia quien subida en sus enormes plataformas cumplía con lujo de detalles tal tarea en la puerta del salón.
Vienen a mi memoria, las campanadas que anunciaban el tan anhelado recreo y al que en estampida salíamos para poder alcanzar el mejor puesto, ya en la tienda, ya en los peleados columpios; era a estas horas, cuando se podía ver quiénes de las compañeras habían transgredido las reglas del juego y se les castigaba arriba, en el corredor, mirando hacia la pared, escuchando los gritos y juegos de quienes si cumplíamos con todas las labores encomendadas.
No podemos olvidar el santo rosario los miércoles, el que con tanta devoción parecía que rezábamos, mas pensando en la clase que habíamos perdido que en lo que éstas oraciones nos podrían hacer alcanzar el paraíso…..pero que mejor paraíso que esa bella época en la que nuestra única obligación era ser felices y estudiar? Bastaba tan poco para ser felices: participar en las misiones con la hermana Teresa y las famosas pescas milagrosas, atando un cordel a una canasta la que se lanzaba desde el corredor hacia el patio donde por algún dinero se pagaba una que otra sorpresa; en el coro con sor Celina de la Dolorosa, quien antes de comenzar el ensayo nos encomendaba a Santa Lucía, la pobre Santa creo que no tenía otra alternativa que protegernos por la manera autoritaria que le exigía la estricta reverenda, con la hermana Olga aprender costura, la ingenua hermana no se daba cuenta de la tertulia en la que se había convertido el costurero; ayudar de vez en cuando en el dispensario, aprendernos absolutamente todas las estrofas del himno y rezar para que no nos tocara en suerte recitarlas frente a tan numeroso público; llegar a tiempo a formar filas en el patio antes de entrar a clase y que el botón de la camisa mantuviera cubierto cualquier intento de mostrar el cuello, ayudar a la señorita Rosita a llevar de la mano a las niñas de kínder hacia el transporte y por supuesto hacer todas las tareas y estudiar las lecciones.
Y así, hasta que no hicimos “grandes” y entramos a Bachillerato, a nuestro bien amado Liceo de la Merced Maridiaz. Para entonces, el bendito botón de la camisa ya se podía abrir; en los patios, el recreo era menos congestionado porque extensos prados nos servían de playa de veraneo y bronceo, aunque no olvido, que la hermanita que cuidaba el museo del colegio, con un bastón, nos bajaba el uniforme y nos pedía decencia en el recinto, y las barras en las que como monos de circo trepábamos con una facilidad que hoy por hoy me asombra. Pero no todo era juego, había momentos de seriedad, en que acompañados por Clarita, nuestra profesora de Sociales y geografía conocimos los limites de nuestros territorios, con Mariacruz, aprendimos un poco de perspectiva en el dibujo, Melbita que nos hacia filosofar, el Luchito con su trigonometría y sus chistes flojos nos hacía temblar, nuestro serio y muy señor profesor Argoti con sus exámenes sorpresa para sacar 1 o 10, no había términos medios, el adorado químico que a más de una compañera arrebato uno que otro suspiro, Floralba, con sus ensaladas y sus platillos en francés, los Aizaga padres e hijos, dueños y señores de la educación física del colegio y sus benditos saltos en vallas y en el burro, pretendiendo que en un futuro seamos gimnastas profesionales; no podemos dejar a un lado el famoso lema de la Hermana Rosa Adela “Me nesheshitas te nesheshito” cuya particular pronunciación siempre acompaño estas palabras.
En fin, son muchas las cosas que aún quedan sin escribir de todo lo vivido, porque no se puede resumir en un corto texto las hermosas vivencias de nuestra vida en el colegio; cada día era una nueva experiencia. Reunirnos después de 25 años de graduadas, fortaleció nuestros vínculos como familia Franciscana, orgullosas de serlo, de haber compartido juntas estudios, juegos, alegría y llantos. Quiera el creador de nuestras vidas y acontecimientos, que éstos vínculos permanezcan incólumes durante el resto de nuestras vidas y así, con cada reencuentro volver a ser las niñas y adolescentes que llevamos guardadas en nuestros corazones.
sábado, 29 de mayo de 2010
MIS HERMANOS MAYORES
Lastimosamente, son muy pocos los recuerdos de infancia que llevo en mi memoria de la convivencia con mis hermanos mayores, sobretodo de los cuatro primeros, sé, que aparte del lazo familiar que los unía tenían entre ellos una gran amistad, los dos varones eran inseparables, de caracteres muy diferentes, se cuidaban entre ellos, pero era el menor el que llevaba la peor parte dado el temperamento “buscapleitero” de mi hermano mayor, de cuando en cuando llegaban a casa adornados con un espantoso morado en los ojos el que trataban de disimular con maquillaje de mujeres para evitar el correazo de mi papá, pasado el disgusto, volvían a la calle por mas. En realidad no recuerdo la historia de estos continuos pleitos callejeros de mis hermanos, pero intuyo, que el de los líos era el mayor, sintiéndose un solo hombre con mi otro hermano pensaba que podía desafiar al mundo entero, pero su mundo a veces se estrellaba con el puño de algún otro dueño del universo quien los enviaba a casa: rotas las narices y tapados los ojos; habría que sentarse a conversar con ellos de los detalles de estas peleas, porque nunca supimos lo que quedó de sus contrincantes.
Esta dupla invencible fue separada cuando mi hermano entró a estudiar la carrera militar, fue la mejor opción que pudo encontrar mi padre para aplacar un poco al díscolo muchacho y encontrar además motivos de orgullo para jactarse de quien todos los demás sabemos calladamente que fue el preferido de mi papá. A mí, me encantaba que nos visite, entre otra cosas, (y no quiero parecer interesada), porque de su reluciente uniforme sacaba una moneda de “un peso” y me la regalaba cuando yo salía para el colegio, ese era entonces un gran capital ya que mis bolsillos recibían el diario de veinte centavos, los que hasta tercero de primaria me alcanzaba para comprar las melcochas de papeles de colores donde las vecinas a las que llamábamos las “largas” y quedaba para los “lises” congelados donde la “clara”, pues había que refrescarse, así que el bendito peso me permitiría darme un gran banquete a la hora del recreo y llevar además un cartuchito de “mortiños” que vendía una viejita en un canasto cerca al barrio.
Como todo hogar que se respete debería tener un hombre mayor en casa, esa fue la labor y en eso se convirtió el que quedó; un buen tipo siempre fue mi hermano, un poco malgeniado, pero calmado, era él quien nos defendía en casa en ausencia de mi papá. Como aquella vez, en la que un ratón quiso entrar a nuestra cocina; de un brinco tomó una batuta, se subió al mesón y llamó a gritos a mi hermano, (menor que él y de quien sí tengo muchos recuerdos que ya les contaré) valientemente le entregó una escoba y desde la mesa dirigía la cacería, cuidándose de que el roedor en cuestión no vaya a subirse a por él. Todos sabemos que para cazar un ratón es más que necesaria la dirección… ¡por ahí! ¡A la derecha! ¡A la izquierda! ¡Cuidado se escapa!, en fin, después de tal acto de valentía comprendimos cuán necesario es un hombre en casa.
Sé que así mismo fueron las dos mujeres mayores, muy unidas, muy amigas, la una muy alocada y la otra por el contrario el polo a tierra. El matrimonio de la mayor (muy muy joven) hizo que saliera muy pronto de casa hecho que no me permite narrar vivencias personales de infancia en su compañía, su posterior separación y la inclusión de mi hermosa sobrina me dio la oportunidad de convertirme para ellas (mi hermana menor y mi sobrina) en la mayor; labor que yo cumplía a cabalidad, mandando, desmandando y haciendo con ellas lo que mis hermanas habían hecho también conmigo “la niña de los recados”. La “Lyne” como todos le decíamos estuvo muy poco tiempo con nosotros; tanto mi hermana mayor como la niña, salieron nuevamente de casa y durante muchísimo tiempo no volvimos saber de ellas. Por otro lado, la que le seguía en la cola, también se casó al terminar sus estudios y para ser sincera con ustedes, a mí me parece que siempre ha estado casada, de hecho en las fotos familiares, el “Gudiño” nunca faltó.
La fortuna que nos ha brindado la edad y el tiempo, es la posibilidad de reunirnos todos, ya mayores de edad, cada uno con historias propias, con vidas, con hogares, con hijos y nietos para compartir y disfrutar nuevamente de una gran familia amorosa, unida y en busca de la felicidad.
sábado, 22 de mayo de 2010
A MI MADRE
Quizá pareciera excesivo el hecho de escribir nuevamente a cerca de las madres, pero hay circunstancias en mi vida que no permiten dejarlas en un solo capitulo, de hecho podrían acaso llenar muchos textos así como canciones existen dedicadas a esta bella condición; además me es propicio el mes de mayo, al igual que tendría que serlo para muchos de aquellos que olvidan el gran compromiso que este estado de la vida nos obliga una vez adquirido.
Cuando tenía menos de 4 años, mi mami llegó a mi vida, de tiempo antes de esa época poco y nada recuerdo, solo algunas imágenes de lo que fue mi caminador, un “aparatajo” grande de tubos desgastados con un gran madero para sentarse, semejante al que tienen o tenían los sube y baja (antes llamados gatos arriba, gatos abajo). Hoy, pensando en ello, supongo que el artefacto éste, también haya sido el artífice de las posteriores correrías de mis otros hermanos, al igual que lo fue mi cuna azul, de barrotes delgados que servían de señal al sacudirlos para que me sacaran de allí y me llevaran a la cama de mis padres, barrotes por entre los que en la noche anterior extendía mi pequeño brazo y dormía plácidamente al sentirme protegida, amada y asida al mundo a través de mi mami.
Creo que en este sentido, yo tuve siempre la mejor parte, en primer lugar porque no sabía aun que no era mi madre biológica, por lo tanto mis exigencias afectivas siempre fueron satisfechas sin ningún tipo de distinción. Supe, que mi papá quiso que mi mami, al igual que muchas de las madres de otras familias de la época, permaneciera en casa al cuidado de la misma y de sus ocho vástagos, tengo entendido también, que ésta situación duró poco tiempo, porque mi mami era una mujer independiente, acostumbrada a trabajar y a ascender intelectual y laboralmente. Mi papá debió analizar los pro y los contra, al no encontrar alternativa, accedió, con la condición que la economía de la casa única y exclusivamente dependería de él, en su orgullo masculino y sentido de la responsabilidad no permitiría que ni un centavo del sueldo de mi mami fuera recibido para suplir alguna necesidad del hogar, y así fue; de todas formas aun con mi mami trabajando, el núcleo familiar estaba constituido y bajo esta premisa siempre nos mantuvimos unidos.
Para fortuna nuestra, mi mami constantemente, daba muestras de ser la adecuada para ejercer cierto control sobre mi papá, era a ella a quien acudíamos para pedir los permisos, para “taparles” alguna pelea callejera a mis hermanos o alguna incipiente borrachera en compañía de ya por entonces nuestros tíos. Pero es importante destacar también, que pese a lo delicado que debió ser el lidiar con 8 críos, la labor no le fue del todo difícil por cuanto la buena crianza dada a mis hermanos permitió que la nobleza y calidez de sus respectivos temperamentos aceptaran y aprendieran a amar a la que desde entonces nos daría nuevamente motivos para celebrar el día de la madre.
Me refiero siempre a mis hermanos y no me incluyo, porque para mí, hasta el momento no existía ninguna otra madre, ella fue la que me arrulló, ella fue la que me dio una hermanita con quien jugar de niña, ella fue la que trajo a mi vida una abuelita maravillosa, ella fue la que me hizo probar mi primer “maní-moto”, la que me llevó por primera vez en avión, la que me enseñó la canción de los piratas, la que me ayudó a ocultar ciertas mentiras a mi papa para no ser castigada, la que siempre después de sus viajes fuera de la ciudad (debido a su trabajo) me traía ropa y dulces, la que se enteraba que le tomaba una que otra moneda de su billetera y se hacía la ciega, la que me regaló mi primera grabadora sabiendo cuánto me gustaba la música, aquella que siento que me ama y siempre me amó, aunque nuestros lazos no sean de sangre y aun cuando en mis celos me “moleste” compartir su amor con el resto de mi familia.
Cuando tenía menos de 4 años, mi mami llegó a mi vida, de tiempo antes de esa época poco y nada recuerdo, solo algunas imágenes de lo que fue mi caminador, un “aparatajo” grande de tubos desgastados con un gran madero para sentarse, semejante al que tienen o tenían los sube y baja (antes llamados gatos arriba, gatos abajo). Hoy, pensando en ello, supongo que el artefacto éste, también haya sido el artífice de las posteriores correrías de mis otros hermanos, al igual que lo fue mi cuna azul, de barrotes delgados que servían de señal al sacudirlos para que me sacaran de allí y me llevaran a la cama de mis padres, barrotes por entre los que en la noche anterior extendía mi pequeño brazo y dormía plácidamente al sentirme protegida, amada y asida al mundo a través de mi mami.
Creo que en este sentido, yo tuve siempre la mejor parte, en primer lugar porque no sabía aun que no era mi madre biológica, por lo tanto mis exigencias afectivas siempre fueron satisfechas sin ningún tipo de distinción. Supe, que mi papá quiso que mi mami, al igual que muchas de las madres de otras familias de la época, permaneciera en casa al cuidado de la misma y de sus ocho vástagos, tengo entendido también, que ésta situación duró poco tiempo, porque mi mami era una mujer independiente, acostumbrada a trabajar y a ascender intelectual y laboralmente. Mi papá debió analizar los pro y los contra, al no encontrar alternativa, accedió, con la condición que la economía de la casa única y exclusivamente dependería de él, en su orgullo masculino y sentido de la responsabilidad no permitiría que ni un centavo del sueldo de mi mami fuera recibido para suplir alguna necesidad del hogar, y así fue; de todas formas aun con mi mami trabajando, el núcleo familiar estaba constituido y bajo esta premisa siempre nos mantuvimos unidos.
Para fortuna nuestra, mi mami constantemente, daba muestras de ser la adecuada para ejercer cierto control sobre mi papá, era a ella a quien acudíamos para pedir los permisos, para “taparles” alguna pelea callejera a mis hermanos o alguna incipiente borrachera en compañía de ya por entonces nuestros tíos. Pero es importante destacar también, que pese a lo delicado que debió ser el lidiar con 8 críos, la labor no le fue del todo difícil por cuanto la buena crianza dada a mis hermanos permitió que la nobleza y calidez de sus respectivos temperamentos aceptaran y aprendieran a amar a la que desde entonces nos daría nuevamente motivos para celebrar el día de la madre.
Me refiero siempre a mis hermanos y no me incluyo, porque para mí, hasta el momento no existía ninguna otra madre, ella fue la que me arrulló, ella fue la que me dio una hermanita con quien jugar de niña, ella fue la que trajo a mi vida una abuelita maravillosa, ella fue la que me hizo probar mi primer “maní-moto”, la que me llevó por primera vez en avión, la que me enseñó la canción de los piratas, la que me ayudó a ocultar ciertas mentiras a mi papa para no ser castigada, la que siempre después de sus viajes fuera de la ciudad (debido a su trabajo) me traía ropa y dulces, la que se enteraba que le tomaba una que otra moneda de su billetera y se hacía la ciega, la que me regaló mi primera grabadora sabiendo cuánto me gustaba la música, aquella que siento que me ama y siempre me amó, aunque nuestros lazos no sean de sangre y aun cuando en mis celos me “moleste” compartir su amor con el resto de mi familia.
sábado, 15 de mayo de 2010
MADRE NO SOLO HAY UNA
A quienes les vendieron aquella idea de que madre solo hay una, no conocieron mi historia, al igual que desconocemos la existencia de muchas otras similares que desmitifican esta tan mencionada frase.
Comenzaré por contarles que mi nacimiento, se debatió entre sentimientos encontrados, pues cuentan que en el cuerpo de mi madre no era la única inquilina cuando me llevaba en su vientre, un cáncer ya había tomado posesión del sagrado recinto el que tiempo atrás fuera albergue de mis otros siete hermanos (anteriores a mi), enfermedad que aparte de sumir en el dolor a mi papá y a toda la familia, también consumió la economía del hogar; pues se decía, que mi padre no escatimó esfuerzos para curar su enfermedad. Pero todo ello fue en vano, a los seis meses de mi venida al mundo, mi madre falleció; por obvias razones, no podría contarles nada mas de ella (a nivel de vivencias personales) excepto las historias que mis hermanos mayores cuentan, porque los dos últimos por ser tan pequeños aún, tienen una vaga imagen de lo que fuera la primera de las madres que acompañaron nuestro crecimiento;
una mujer buena, dedicada a su hogar, a sus hijos, abnegada esposa, de cabellos oscuros, grandes ojos de una mirada profunda y bondadosa, de complexión delgada y elegante, imagino yo, que debió ser muy sonriente, nunca me lo han dicho, pero llevo una imagen gravada en mi imaginación de una mamá con una sonrisa que siempre está cuidando de mi, ya que en vida no lo pudo hacer.
Como nací tan menuda y “debilucha”, la parentela le brindó su apoyo a mi padre, queriendo hacerse cargo de mí, y ofrecieron también encargarse de mis otros hermanos. Sin embargo y pese a la situación tan complicada, agradeció su ayuda pero no nos separó a ninguno de nosotros; para nuestra fortuna, algunos de los familiares más cercanos (hasta una tía política), colaboraron en esta ardua labor, ya que mi padre tendría que trabajar muy duro para mantener la casa y gente que cuidara de ella. Como podrán ver aquí ya se pierde la cuenta de cuantas otras madres participaron en nuestra formación.
Se me dijo que de bebé lloraba mucho, y que no me alimentaba bien, que fui cuidada por mis hermanas y dos criadas además de mi papá, quien a pesar del gran trabajo que le costaba mantener a 8 hijos sin una madre, llegaba a casa y aun cansado me tomaba en sus brazos y me daba mi tetero, decía mi padre que al verme tan pequeñita y tan indefensa se le asemejaba a un renacuajo, desde entonces fui el “renacuajito de papa”.
Después de algunos años, mi padre contrajo nuevas nupcias y trajo a casa, la que desde ese momento sería “mi mami”, una mujer alta, de porte señorial y con la que yo andaba como pollo con mamá gallina, mi mami siempre me llevaba con ella, debido a su cargo en la empresa en la que trabajaba, tenía que viajar mucho dentro de nuestro territorio nariñense y por supuesto, la niña estaba desde muy temprano, lista para salir con ella; como en tantas otras ocasiones, una media pastilla de “mareol” y ¡a los pueblos con mi mami!
Pero además de ella entraron a nuestra familia mis nuevos abuelitos y se sumaron los tíos a la lista de familiares (nunca conocí a mis otros abuelos o quizá no los recuerdo). Me encantaba ir donde mi abuelita Josefina, una mujer estricta pero muy buena conmigo, cuando llegaba a su casa me dejaba poner sus zapatos y disfrazarme con su ropa, jugar era mi único objetivo, y ella amorosa y pacientemente jugaba conmigo. Mientras hacia el almuerzo, abría una ventana que daba a la cocina, comprando y vendiendo ilusiones, jugaba a las tienditas para mi distracción. Me hacia unas comidas que solo las abuelas pueden hacer y me la servía en un plato especial, la única que yo degustaba con avidez, ya que desde pequeña fui de muy mal comer; ella se inventaba miles de maniobras con los platos para que yo comiera: muñecas de pan, empanadas de horno, arroz con leche en mis ollas de juguete, en fin, de esa otra madre, solo tengo recuerdos bellos y amorosos.
Otra de las madres que también hizo mi historia, fue una de mis hermanas mayores, a medida que fui avanzando en edad, y ya que no podía andar a las faldas de mi mami, era mi hermana la que se encargaba de cuidarme, dicen que es, a la que más me parezco físicamente. Como yo era tan endiabladamente inquieta requería el cuidado de una persona mayor que se hiciera responsable por mis actos, muchas canas creo que le saque a la pobre, por ello debió ser que su temperamento en ese entonces era tan recio, cuando la veían venir mis amigos, literalmente salían corriendo, porque con solo una mirada suya parecía que el castigo del fuego eterno se les abalanzaría. Hoy recuerdo con gracia el miedo que nos causaba mi hermana y me enternece la calidad humana de mujer que guarda en su corazón y que siempre está dispuesta a ofrecer a los demás.
A falta de una madre, el universo me compensó con el amor, el cuidado y el calor de muchas madres y todas sus enseñanzas me han servido para dar lo mejor de mí, en el cuidado de mi amada hija, quien hace trece años me otorgó el papel más difícil, más comprometido y más bello del mundo, el titulo de SU MAMI.
sábado, 8 de mayo de 2010
MI PRIMER BESO
[Foto imagenes google]
Quisiera por hoy, saltarme algunos capítulos de mi niñez, y avanzar un poco más hacia otra época que también fue muy importante en mi vida. La ventaja de escribir sobre esta serie de hechos pasados, es que en cualquier momento, puedo retomar y volver a ser la hijita de papá. Pero por hoy, nos trasladaremos a conocer a un personaje que siempre acecha a la niñez, aquel monstruo implacable devorador de inocencias, aquel pequeño gigante que espera la primera oportunidad para ir saboreando cada sentimiento confundido del espíritu de un niño. Les hablo nada menos y nada más que de aquel bicho de la adolescencia, que por ingentes esfuerzos que hice para no atraerlo, al fin se apoderó de mí y lastimosamente en su afán por conquistar adeptos, también arraso con mi hermanita a muy corta edad. ¡Vaya época miserable! se es muy chico para cosas de grandes y se es muy grande para cosas de chicos; dada esta situación, era menester buscar “coaliciones” en similares circunstancias de infortunio e incomprensión, para que la contienda sea un poco mas pareja.
[foto archivo renixco] Algunos amigos de entonces
Aprovechando la ventaja aquella que se tiene sobre los padres, que piensan que sus hijos siempre serán sus niños (hoy puedo sumarme y decir pensamos), continuábamos en nuestras salidas nocturnas a “jugar”, pero ahora no nos dirigíamos directamente a la puerta como si estuviésemos enjauladas; antes, subíamos a nuestra habitación a arreglar nuestra apariencia, el peinado apropiado, la pinta adecuada, y por supuesto la coqueta sonrisa que ya hacía gala de conquistadora… ¡y a la calle¡ Podía notarse nuestro avance mental y cronológico en los grupos formados. Anteriormente no se hacía distinción alguna de género, pero ya por estas épocas, los niños con niños y las niñas con niñas.
La belleza física nunca fue mi aliada, pero esto no fue óbice para convertirme en la mas “popular” del grupo y la más codiciada por los muchachos del barrio y por algunos de fuera, condición que aprovechaba para alimentar mi ego y escoger o despedir a mi antojo.
[Foto archivo renixco]
Había entonces un niño muy lindo, con unos ojos preciosos, era de otro barrio y más grande que yo, por supuesto era el líder de su grupo, (se decía que no eran chicos buenos) le decían el “Gato” y posó esos bellísimos ojos en mi, con mil artimañas logró acercarse y empezamos a ser amigos; hasta que una noche de aquellas, en la que un séquito de chicos detrás de él y otro tanto de chicas detrás de mí escoltaban nuestros encuentros, me pidió ser su novia.
[foto archivo renixco] El Gato
Rondaba ya mis quince años, sin embargo me sentía aun, esa niña de papá que antes les mencionaba. Hasta ahora siempre había parecido ante los demás, la líder, la fuerte, la que sabia como manejar las diferentes situaciones con los “hombres”, pero solo hasta ese momento supe que era una hipócrita, las piernas me temblaron, se me secó la garganta y un hormigueo me recorrió todo el cuerpo, aun guardo la sensación de aquel día memorable en el que después de mucho cavilar lo único que atine a responderle es que lo “iba a pensar”. Mil recados llegaron a mi casa desde esa noche, pidiéndome una respuesta, hasta que llena de valor, con una cartita, después de tres días acepté la propuesta y fijé una cita en la acera de la casa de una amiga; muy lindo y perfumado acudió a la cita, me tomó de la mano y en silencio caminamos, no recuerdo habernos dicho nada, los nervios no me permitían articular palabra. Pero al despedirnos, acercó su rostro al mío y me dio el que desde entonces sería mi primer beso de enamorado, un beso que sacudió mis sentidos y confundió todo aquello que yo creía tener organizado en mi vida. Miedo, amor, gusto, disgusto, fue una sensación sobrecogedora que hoy puedo decir con certeza que no era amor, no sé si fue bello o fue horrible, lo único que sé, es que no fui capaz de soportarlo, ni mucho menos enfrentarlo; así que con la misma imagen de esquela con la que acepté ser su novia, al día siguiente de aquel furtivo beso, envié otro recado dimitiendo al poder de ser la reina de su corazón, con su orgullo de jefe de manada herido, no volvió más por el barrio y jamás me pidió una segunda oportunidad. Después de algunos años, me enteré que había muerto muy joven y guapo aun.
Esa experiencia no aprovechada en su momento, me permite hoy en día poder disfrutar de la tibieza de un beso, del aroma un tanto inmoral de unos labios cálidos y habidos de amor, de aquellas maripositas que en “cosquillentas” sensaciones revolotean en mi y que logré descubrir ya en la edad adulta, sensación ésta, que no quiero dejar ni perder ni expresar con mil besos y mil caricias aunque me acusen de “empalagosa”…
Quisiera por hoy, saltarme algunos capítulos de mi niñez, y avanzar un poco más hacia otra época que también fue muy importante en mi vida. La ventaja de escribir sobre esta serie de hechos pasados, es que en cualquier momento, puedo retomar y volver a ser la hijita de papá. Pero por hoy, nos trasladaremos a conocer a un personaje que siempre acecha a la niñez, aquel monstruo implacable devorador de inocencias, aquel pequeño gigante que espera la primera oportunidad para ir saboreando cada sentimiento confundido del espíritu de un niño. Les hablo nada menos y nada más que de aquel bicho de la adolescencia, que por ingentes esfuerzos que hice para no atraerlo, al fin se apoderó de mí y lastimosamente en su afán por conquistar adeptos, también arraso con mi hermanita a muy corta edad. ¡Vaya época miserable! se es muy chico para cosas de grandes y se es muy grande para cosas de chicos; dada esta situación, era menester buscar “coaliciones” en similares circunstancias de infortunio e incomprensión, para que la contienda sea un poco mas pareja.
[foto archivo renixco] Algunos amigos de entonces
Aprovechando la ventaja aquella que se tiene sobre los padres, que piensan que sus hijos siempre serán sus niños (hoy puedo sumarme y decir pensamos), continuábamos en nuestras salidas nocturnas a “jugar”, pero ahora no nos dirigíamos directamente a la puerta como si estuviésemos enjauladas; antes, subíamos a nuestra habitación a arreglar nuestra apariencia, el peinado apropiado, la pinta adecuada, y por supuesto la coqueta sonrisa que ya hacía gala de conquistadora… ¡y a la calle¡ Podía notarse nuestro avance mental y cronológico en los grupos formados. Anteriormente no se hacía distinción alguna de género, pero ya por estas épocas, los niños con niños y las niñas con niñas.
La belleza física nunca fue mi aliada, pero esto no fue óbice para convertirme en la mas “popular” del grupo y la más codiciada por los muchachos del barrio y por algunos de fuera, condición que aprovechaba para alimentar mi ego y escoger o despedir a mi antojo.
[Foto archivo renixco]
Había entonces un niño muy lindo, con unos ojos preciosos, era de otro barrio y más grande que yo, por supuesto era el líder de su grupo, (se decía que no eran chicos buenos) le decían el “Gato” y posó esos bellísimos ojos en mi, con mil artimañas logró acercarse y empezamos a ser amigos; hasta que una noche de aquellas, en la que un séquito de chicos detrás de él y otro tanto de chicas detrás de mí escoltaban nuestros encuentros, me pidió ser su novia.
[foto archivo renixco] El Gato
Rondaba ya mis quince años, sin embargo me sentía aun, esa niña de papá que antes les mencionaba. Hasta ahora siempre había parecido ante los demás, la líder, la fuerte, la que sabia como manejar las diferentes situaciones con los “hombres”, pero solo hasta ese momento supe que era una hipócrita, las piernas me temblaron, se me secó la garganta y un hormigueo me recorrió todo el cuerpo, aun guardo la sensación de aquel día memorable en el que después de mucho cavilar lo único que atine a responderle es que lo “iba a pensar”. Mil recados llegaron a mi casa desde esa noche, pidiéndome una respuesta, hasta que llena de valor, con una cartita, después de tres días acepté la propuesta y fijé una cita en la acera de la casa de una amiga; muy lindo y perfumado acudió a la cita, me tomó de la mano y en silencio caminamos, no recuerdo habernos dicho nada, los nervios no me permitían articular palabra. Pero al despedirnos, acercó su rostro al mío y me dio el que desde entonces sería mi primer beso de enamorado, un beso que sacudió mis sentidos y confundió todo aquello que yo creía tener organizado en mi vida. Miedo, amor, gusto, disgusto, fue una sensación sobrecogedora que hoy puedo decir con certeza que no era amor, no sé si fue bello o fue horrible, lo único que sé, es que no fui capaz de soportarlo, ni mucho menos enfrentarlo; así que con la misma imagen de esquela con la que acepté ser su novia, al día siguiente de aquel furtivo beso, envié otro recado dimitiendo al poder de ser la reina de su corazón, con su orgullo de jefe de manada herido, no volvió más por el barrio y jamás me pidió una segunda oportunidad. Después de algunos años, me enteré que había muerto muy joven y guapo aun.
Esa experiencia no aprovechada en su momento, me permite hoy en día poder disfrutar de la tibieza de un beso, del aroma un tanto inmoral de unos labios cálidos y habidos de amor, de aquellas maripositas que en “cosquillentas” sensaciones revolotean en mi y que logré descubrir ya en la edad adulta, sensación ésta, que no quiero dejar ni perder ni expresar con mil besos y mil caricias aunque me acusen de “empalagosa”…
sábado, 1 de mayo de 2010
CONFESIONES
[foto archivo-renixco]
Cuentan mis hermanos mayores que mi hermana y yo disfrutamos de una época mejor en cuanto al carácter de mi papá, por el hecho de ser tantos, al final, ya debió cansarse un poco; de esta manera sufrimos menos castigos y menos reproches de su parte. Sin embargo estábamos a merced de mis hermanos: que pase, que haga, que traiga, que lleve, obedecerles era la única condición para que nos dejen permanecer a su lado, creo que eso forjó con el tiempo, mi espíritu rebelde en defensa de mis derechos. Comprendo que debí ser muy molesta queriendo estar en todas partes y asomando la cabeza hasta por donde no alcanzaba. Por ello, era continuamente objeto de burlas, como aquella vez que se me empezaron a caer los dientes, terrible condición, cuando hay quien te haga blanco de sus guasas, pero también la única arma con la contaban ellos para librarse de mi molesta pequeña presencia cuando precisaban hacer cosas de grandes. Una sola expresión de ellos al mostrarme sus dientes y reír, era suficiente para que salga corriendo a llorar amargas lágrimas de un corazón de siete años ofendido y adolorido, pero el deseo de andar con los “grandes” superaba las ofensas, los dolores y las lágrimas.
[foto archivo-renixco]
Para ventaja de nuestras relaciones en la familia, en casa con el ejemplo se nos enseño a no guardar rencores, ni odios ni resentimientos en nuestros corazones, de tal suerte, que después de alguna zurra que les propinaban (dada a causa de algunas de mis informaciones) al momento estaba todo olvidado, mi papá nos abrazaba y con la cola aún caliente y colorada por la palmada (léase correazo), enjugaban sus lagrimas con el consiguiente sermón de lo que se debe hacer para llegar a ser hombres y mujeres de bien. Para mi fortuna esta misma actitud manejaban conmigo mis hermanos, y después de pasado el susto siempre estaban ahí, todos ellos solo para mí. Este sentido de propiedad que tenía de mi familia, mis amigos y todo cuanto me rodeaba me ha causado muchos problemas en la vida; inicialmente porque siempre fui el centro en la vida de todos, ya por pequeña, ya por enfermucha, ya por charlatana, ya por metida, ya por llorona, ya por risueña, todo empezaba y terminaba en mi.
[foto archivo-renixco]
Aprendí entonces a ser celosa del amor, dicen los “entendidos” en estos temas, que los celos son inseguridad, no sé a qué tipo de inseguridad se refieran, lo único que yo entendía (ya creo haber superado en gran medida esa actitud) es que al ser tan importante en la vida de tanta gente, ideé un mundo a mi alrededor en el que todo fueran sueños, amor y risas, que nunca nadie me quitaría lo que es mío y me pertenecía. Duro golpe el que recibí uno a uno, cuando mis hermanos a medida que se hacían mayores empezaron a dejar el seno familiar en busca de su destino: ya por estudio ya por cambio de estado civil; aprendí a llorar por dentro, a solas, cada ausencia, cada partida, cada silla vacía en nuestro gran comedor (no quería seguir siendo catalogada como la más llorona de la casa) y dolorosamente comprendí que en el universo existen personas importantes diferentes a mí y para que la lección sea mayormente a provechada y aprendida, el destno quiso que fuera la última en salir de casa después de varios años que haber quedado sola con mis padres, creo que esa añoranza y ese dolor es el que a través de estas narraciones estoy canalizando y compartiendo con todos los que de ustedes deseen vivir conmigo ese ensoñador mundo de los recuerdos….
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